Janet N. Gold
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Esta es la historia de un río. De una finca en la ribera del río. De un poeta sentado en el barandal de su casa de madera pintada de verde y amarillo. Es la casa de la hacienda San Francisco del Río, frente al Río San Juan de Nicaragua, cerca de la frontera de Costa Rica. El poeta es José Coronel Urtecho y su historia forma parte intégra de la historia literaria del Río San Juan y, por extensión, de Nicaragua. Estas historias--de un escritor, un lugar y una literatura--se interpenetran y se crean mutuamente. Forman para mí parte de una investigación más extensa, que a su vez se remonta a una pregunta demasiado grande, demasiado ambiciosa y especulativa, sin embargo una que se ha apoderado de mi curiosidad. Y la pregunta es ésta: ¿Cómo reconciliar la realidad de un lugar, de un espacio físico, con el imaginario textual creado en torno al mismo lugar? ¿Qué podríamos aprender si buscáramos los nexos íntimos entre paisaje y palabra, entre espacio e imaginación? No tengo respuestas brillantes a estas preguntas, pero mi estudio del río y sus textos me ha sugerido unas posibilidades que apuntan hacia una comprensión parcial de la relación entre un espacio geográfico y su reconstrucción imaginativa.
Hace dos años, durante un viaje a Costa Rica, estando no muy lejos de la frontera con Nicaragua, decidí visitar la Isla de Mancarón en el Archipiélago de Solentiname, en el Lago de Nicaragua, en una especie de peregrinaje literario cuyo fin era ver el lugar donde Ernesto Cardenal y otros habían fundado su famosa comuna cristiana y revolucionaria. Desde el pueblo fronterizo costarricense, Los Chiles, un señor nos llevó en su lancha por el Río Frío, que se une con El Río San Juan y también con el Lago de Nicaragua. En esta coyuntura de aguas se encuentra el puerto de San Carlos, donde los viajeros que quieren pasar la frontera entre Costa Rica y Nicaragua, deben pasar por la aduana. Mientras esperamos cumplir con los trámites oficiales, recordé que el escritor nicaragüense, José Coronel Urtecho, había vivido en una finca en el río, no muy lejos de San Carlos. El señor de la lancha no sabía donde quedaba la finca del poeta. “De escritores nicaragüenses, no sé nada”, me dijo.
Pues, visitamos a Solentiname. Fue un viaje maravilloso, pero ésa es otra historia. Lo importante para esta historia es que me di cuenta que iba a tener que volver algún día para ver la finca de Urtecho. El saber que había estado tan cerca, se ha convertido en una tentación irresistible. Quizás por no haber podido ver con mis propios ojos, la morada de José Coronel, por no haber navegado el río hasta llegar a su finca, por no haber visto el color de la tierra y la espesura de la vegetación, por no haber sentido el aire húmedo y denso en la piel ni haber oído el zumbido de los muchos insectos, me he quedado con el deseo de volver. O sea, el no experimentar la presencia de su especificidad llegó a ser una ausencia; un vacío se creó que no había existido antes. Así que, con el río como eje y punto de partida, salí en busca de su historia en lo que ha asumido los contornos de un viaje de exploración y las dimensiones de una búsqueda literaria. Hasta no hacer ese viaje geográfico por el río, navego por el imaginario entreverado en los estratos de estudios geológicos, subyacente en tratados de historia natural, y embebido en crónicas de viaje, poesía, novelas y ensayos. ¿Quién creyera que semejante franja de agua y tierra, escasamente poblada, combinación de pastizales, pantanos, y selva, hábitat de incontables insectos y culebras venenosas--inspirara semejante volumen de escritos?
¡Cuánto me hubiera gustado conocer al Poeta Coronel! Dicen que fue un conversador excepcional. De hecho, hay un libro intitulado Conversando con José Coronel Urtecho, que ha sido descrito por un lector como “prosa hablada” y “páginas íntimas de ese río hablando que es Coronel Urtecho”. En este libro-monólogo, José Coronel Urtecho explica que nació en 1906 en Granada, que vivió unos años en los Estados Unidos, habla de su rol en el movimiento poético de la vanguardia, de sus ideas políticas, su amor por la poesía. Dice que hubo una época en la que llegó a ser el centro de un grupo de escritores, humildemente razona que fue porque su casa se encontraba en un lugar de fácil acceso y les fue conveniente a los escritores reunirse allá. Pero luego dice que en 1932 se casó y dejó la ciudad para vivir con su mujer, María Kautz, en la hacienda de la familia de ella, en el Río San Juan. Dice: “Me casé allá, me quedé por allá . . . Como yo nunca he tenido centro personal, ya entonces sí comencé a tener centro. . . . Ya mi mujer me centraba, me situaba. . . Era una mujer perfectamente enraizada en un lugar, en una actividad, perfectamente fuerte, capaz. . . . Es una gran cosa para un hombre tener una mujer que lo sitúe. . . . Es como tener un país.” (66-7).
La relación entre el poeta y su mujer tiene que ser uno de los más grandes amores en la historia de la literatura nicaragüense. Su poema, “Pequeña biografía de mi mujer”, es un retrato en vivos colores de una mujer de por sí, extraordinaria, descrita con tanta admiración y amor que alcanza estatus legendario. Era campeona de basketball, mecánica y marinera, madre de 6 hijos, carpintera, cocinera y conductora de su tractor Caterpiller D4. Pero quizás lo más admirable e impresionante de ella fue su identificación con esta tierra tan problemática, tan enigmática. El poema dice:
Mi mujer . . . tiene fe en esta tierra
La tiene desde niña en estas selvas y bajuras donde corre
nnnnnnnnnn el San Juan conectando al Gran Lago de
mmmmmm Nicaragua y al de Managua y casi casi al
,,,,,,,,,,,kkffffff Golfo de Fonseca con el Atlántico
Es aquí donde tiene su casa--y las raíces de su existencia
Aquí a la orilla de la selva virgen y en las vegas del río,
ffffffffffffffffff en la frontera, se cuenta ya la quinta generación
ffffffffffffffffff de su familia de pioneros . . .
Mi mujer no comprende su vida si no es para esta tierra
Es como si pensara que ella misma es la tierra en que
ffffffffffffffffff ella y yo vivimos
Al retratar a su mujer, el poeta retrata también a un lugar muy específico. Lo caracteriza así:
Una región, por cierto abandonada,
Una región desconocida, terra incognita,
Donde se vive en forma casi primitiva . . .
En el umbral de la miseria,
Pero en un territorio de incalculables posibilidades
Una tierra de sueños y mirajes
Donde los pobres que huyen de Nicaragua a Costa Rica
fffffffffffffffffff y cruzan la frontera, se han engañado desde
fffffffffffffffffff hace un siglo creyéndose tal vez en una
fffffffffffffffffff Tierra Prometida
Como tal vez lo sea
Aunque hasta ahora sólo ha servido para especulaciones
rrrrrrrrrrrrr de financieros y filibusteros.
Los financieros y filibusteros a quienes se hace referencia son, entre otros, el multi-millonario norteamericano, el Comodoro Cornelius Vanderbilt, quien, en la época de la fiebre de oro en California, estableció en Nicaragua su Transit Company, que transportaba sus pasajeros desde Nueva York hasta San Francisco via el Río San Juan y el Lago de Nicaragua en barcos de vapor. Los llevaban los 18 kilómetros restantes en vagones o a lomo de mula, hasta llegar a San Juan del Sur, el puerto de embarcación en la costa del Pacífico.
fffffffffffffffffff hace un siglo creyéndose tal vez en una
fffffffffffffffffff Tierra Prometida
Como tal vez lo sea
Aunque hasta ahora sólo ha servido para especulaciones
rrrrrrrrrrrrr de financieros y filibusteros.
Los financieros y filibusteros a quienes se hace referencia son, entre otros, el multi-millonario norteamericano, el Comodoro Cornelius Vanderbilt, quien, en la época de la fiebre de oro en California, estableció en Nicaragua su Transit Company, que transportaba sus pasajeros desde Nueva York hasta San Francisco via el Río San Juan y el Lago de Nicaragua en barcos de vapor. Los llevaban los 18 kilómetros restantes en vagones o a lomo de mula, hasta llegar a San Juan del Sur, el puerto de embarcación en la costa del Pacífico.
El más notorio filibustero, cuya historia es también la historia del Río, fue William Walker, soldado de la fortuna que organizó y encabezó en 1855, una campaña para anexar a la República nicaragüense a los Estados Unidos y convertirla en un estado esclavista. Dependía para el éxito de su estrategia militar, del uso del Río San Juan para transportar a los nuevos reclutas que llegaban de California o de Nueva York. Cuando Cornelius Vanderbilt, aliado con las otras repúblicas centroamericanas para parar a Walker, le negó el uso de sus barcos, eso señaló el principio del fin de los planes imperialistas de Walker.
En uno de los ensayos de su libro, Rápido tránsito, intitulado “Viajeros en el río”, Urtecho se ubica en el barandal de su casa de madera pintada de verde y amarillo, frente al Río San Juan de Nicaragua, y nos cuenta una historia del río desde la perspectiva de un residente que observa las idas y venidas de una serie de “extraños viajeros”. A algunos los ha conocido personalmente; a otros los conoce por sus crónicas de viaje. Incluye en su lista a Ephraim George Squier, primer encargado de negocios (charge d’affaires) de los Estados Unidos con Centroamérica, quien pasó por el río en 1850, haciendo el viaje desde Greytown (ahora San Juan del Norte) hasta Granada en un bongo, con el propósito de escribir una descripción geográfica y topográfica de Nicaragua en relación a un posible canal interoceánico. En los términos más grandilocuentes, Squier reduce la historia política y económica del mundo a la lucha por dominar las rutas comerciales entre el occidente y el oriente. Reconociendo que el continente americano presenta una barrera continua del norte hasta el sur, se exalta ante la magnitud de la empresa proyectada de abrir una ruta marítima artificial que conectaría los dos mares. Hace falta que un solo y pequeño lugar se mantuviera libre de amenazas y agresiones, para hacer de esa visión una realidad. Está seguro de que ese pequeño lugar está en Centroamérica, siendo que se encuentra en el centro del mundo: no sólo conecta los dos hemisferios de América, sino que sus puertos se dan a Europa y a Africa en el lado caribeño y a Asia y Australia en el Pacífico. Y en medio del istmo, un vía navegable: el centro del centro. Squier navegó el río pensando que en un futuro no muy lejano, formaría parte de esa proyectada ruta marítima. Pero no llegó a ser. Como dijo Urtecho, “Muy pocos eran los que regresaban y ninguno se quedaba”. (20)
El río sigue siendo un lugar solitario. Escribió Urtecho: “Aunque el río sea el desaguadero del Gran Lago de Nicaragua en el Atlántico, al alcance de puertos marítimos y lacustres y de pequeñas poblaciones fluviales de ambas repúblicas vecinas, nada tan despoblado y tan remoto como sus riberas, que hacen una impresión de tierra nueva, virgen, desconocida, de terra incognita. Es un lugar de soledad casi sagrada”. (11)
Lugar compatible para el comienzo de un viaje en busca de la utopía: tierra que da la impresión de prometerlo todo. No es de extrañar, entonces, que Gioconda Belli eligiera el río, y hasta la finca de José Coronel y María, como el lugar desde el que Melisandra, joven protagonistas de su novela Waslala, emprende su viaje en busca de sus padres y la comunidad utópica que su abuelo y los compañeros poetas de éste fundaron. Según su abuelo, quien abandonó la comunidad y no pudo volver porque no encontraba el camino, hay que entrar por una ranura en el tiempo-espacio. Y Melisandra, parada en el muelle en el río en frente de la casa de su abuelo, piensa: “¿No empezaría la ranura en el tiempo aquí mismo? (71) Navegando por el río, rumbo a Waslala, Melisandra piensa en su abuelo y se da cuenta que con el paso de los días, “lo real se convertiría en lo imaginado” (81), que el paisaje tan familiar y tan querido adquiriría “perfiles, rasgos inusitados que ella les adjudicaría en la soledad para preservarlos como talismán, memoria amable que la reconfortara”. (81) Esta ecuación también se puede invertir para ver que lo imaginado se convierte en lo real.
En las notas de la autora al final de la novela, Belli explica que dos personajes en su novela, don José y doña María, están basados en dos seres extraordinarios que vivieron sus vidas al lado del Río San Juan en Nicaragua: José Coronel Urtecho y María Kautz. “Los dos murieron”, dice. “En este libro he querido recordarlos”. Con este memorial, extiende el imaginario del río hacia el futuro y ubica al Poeta Coronel en el centro de un continuo. Cuando don José, el abuelo de Melisandra en Waslala, desde el muelle en el río, se despide de Melisandra, efectivamente la despacha hacia el futuro.
El país ficticio donde tiene lugar esta novela futurista se llama Faguas. Es un país pobre en un mundo tecnológicamente avanzado, un país cuyos habitantes han vuelto a una vida primitiva y belicosa, un país que se ha convertido en lugar de narcotráfico y en basurero de los desechos del Norte. “La soledad casi sagrada” de este río en Faguas ha sido invadida por las fuerzas del mal, la tierra virgen ha sido violada. Melisandra viaja por este paisaje desolado en busca de un ideal, guiada por una intuición. La culminación de su búsqueda es el encuentro con su madre, última moradora de Waslala. De ella aprende que “Waslala existe. El ideal existe.” Hace falta ahora repoblarla, encender de nuevo la esperanza y la “nostalgia antigua por los lugares mágicos, perfectos . . . a pesar de la larga historia de fracasos”. (370)
“Es la memoria, Melisandra”, le dice su madre. “Siempre pensamos que la memoria debe de referirse al pasado, pero es mi convicción que hay también una memoria, un memorial del futuro; que también albergamos el recuerdo de lo que puede llegar a ser” (370-1)
El Poeta Coronel se sentó en el barandal de su casa y escribió la historia de una larga lista de viajeros en el río. Concluyó que: “Muy pocos eran los que regresaban y ninguno se quedaba”. La actual viajera en el río es Melisandra, la nieta del poeta don José, heredera de la palabra y de la visión utópica. A diferencia de los otros viajeros, Melisandra partió, pero regresó. Siguió su deseo hasta encontrar el lugar donde habita la imaginación. Armada entonces con la fuerza adquirida por su encuentro con su madre, resolvió regresar para participar en la repoblación de Waslala--la metafórica reconstrucción de su país.
En las notas de la autora al final de Waslala, Gioconda Belli cuenta que José Coronel Urtecho y María Kautz murieron, “ él unos pocos años después que ella, y yacen en una sencilla tumba cerca del río”. He perdido la oportunidad de conversar con el Poeta y de conocer a su mujer, pero algún día haré ese peregrinaje literario, visitaré sus tumbas, intentaré encontrar la “soledad casi sagrada” que para Urtecho fue la realidad más vigente de su querido río. Mientras tanto, sigo con mis investigaciones y lecturas, tejiendo impresiones en la construcción de mi imaginario literario-fluvial.
y
Ponencia presentada en el Noveno Congreso Internacional de Literatura Centroamericana en
Belize City, Belize, 2001.
Belize City, Belize, 2001.