René Andino Soto
“… es un deber hermanos
destrozar esta vergüenza que nos dieron por patria
y construirla de nuevo…”
Alexis Ramírez
Alexis Ramírez
De un pequeño recorrido por las ediciones de la Revista Tragaluz de los años ochentas emerge un perfil, una línea de pensamiento, que ha llamado mi atención. Me refiero al tema sensible de la identidad nacional.
Es claro que la identidad persiste y se modifica gracias a la voluntad social, lo que la vuelve inmensa a una escala muy cercana de la cultura. Lo que debo señalar, sin embargo, es el modo particular de entender la identidad que se hizo visible en parte de la creación artística del momento.
Me interesó un ensayo de Helen Umaña titulado: “La literatura: un camino hacia la identidad nacional”. Es ahí donde encontré la cita de Alexis Ramírez, en medio de otras que escribieran José Luís Quezada, José Adán Castelar, Galél Cárdenas o Juan Ramón Saravia. Esta identidad es una necesidad en el ambiente intelectual hondureño, directa o indirectamente visible, según transcurre Tragaluz.
Ahora bien, ¿Qué implica la identidad para una sociedad perturbada hasta la negación de su necesaria autodeterminación histórica? (pensemos en el país sin revoluciones en el núcleo de América). Como tributo al pensamiento progresista que pudo acudir al ámbito cultural hondureño, se debe pensar menos en esa identidad nacional –definida por una necesidad metafórica de reinauguración de la patria- y más en esa totalidad llamada cultura, universalidad.
La imagen fatalista que puede explicar el fenómeno de lo universal en Honduras parte de una realidad que primero ha sido centroamericana. Por un lado está la influencia norteamericana, tomando un control del Supernintendo. Por el otro, con otra habilidad, la influencia revolucionaria tímida y sutil de la URSS. Así es como se interpreta el ascenso centroamericano en la carrera del posicionamiento universal.
El artista del teatro Rubén Ribera Castillo mencionaba que “tenemos que abordar el problema con una visión que abarque el plano sociopolítico y cultural centroamericano…”. Siguiendo la idea del videojuego, lo que vemos ahora como realidad centroamericana parte de esa fórmula de “los malos contra los buenos”, donde los buenos son, de modo no irónico, los vencidos.
En este análisis tomamos en cuenta lo que resulta “verdad en apariencia”. Podemos intuir que para la generación de los ochentas la primera aproximación con la universalidad estaba intrínsicamente ligada a los movimientos sociales centroamericanos (Nicaragua, El Salvador y Guatemala). Reinaugurar la patria es, en cierto modo, reinaugurar la historia, esa que no pudo sobreponerse al ataque de los invasores y se deslizó con la frialdad de un game over. Reinaugurar la patria es la tarea de la literatura hondureña; es la búsqueda de la identidad nacional de que habla Helen Umaña. La patria hondureña de los ochentas no es Honduras, es la suma de las revoluciones en gestación por Centroamérica, que a su vez representa a las revoluciones que explotaron tanto en el resto de América Latina. El ser universal hondureño (escritor, pintor, sociólogo, dirigente estudiantil, dirigente sindical, etc.) se acercó a la idea universal a través de la experiencia centroamericana, la verdadera identidad voluntaria y firme cuyo común denominador resultó ser jugar con el control izquierdo de la máquina de videojuegos.
Tomado con permiso del autor del
Semanario virtual Boletines Lacrimógena No. 9.