Los amores de Salarrué y Leonora Nichols
Miguel Huezo Mixco
Un mal día. Salarrué se ha vuelto tenso, arrogante y grosero con su amante,
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Hasta ahora, se sabía muy poco o nada sobre esa exhibición de obras de Salarrué, y hasta podría ser una fecha más sino fuera porque ese día, probablemente, comenzó a agriarse el idilio de estos dos amantes. Es posible que el evento todavía no haya sido registrado por sus biógrafos. Sabíamos sobre sus exhibiciones en la Knoedler Galleries (mayo de 1947) y en la Barbizon Plaza (mayo, 1949). De acuerdo con la carta de Leonora, tuvo lugar alrededor del mes de junio de 1948. Fechas aparte, lo que nos interesa ahora es la carta. Una carta llena de reproches en la que, sin embargo, se percibe un extraño amor. Pero, ¿qué amor no es extraño?
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Los requiebros amorosos que mezclan ira y ternura no son nada infrecuentes en las relaciones de pareja. Pero no sólo es eso. Estos amantes mantuvieron por años una relación que doblaban y desdoblaban como un pañuelo, en cuatro y hasta en seis pliegues. Blwny y Sagatara, por una parte, eran los principales personajes de aquel amor. Blwny (“blue wine”) era el sobrenombre cariñoso de Leonora: embriagante y pletórica de luz. Sagatara era el alias de Salarrué, una especie de alter ego de su propia creación, el narrador de “O-Yarkandal”. Este era el ser al que Blwny amaba. Los otros lados de ese poliedro, por decirlo de algún modo, eran ellos mismos: Salarrué-Salvador y Leonora-Lee, a quienes responsabilizan de las cosas que salían mal.
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Algunos se han empeñado en presentar la historia de estos amantes con tinte idílico. Poco puede hacerse para conjurar la tendencia a la mistificación que rodea a los grandes personajes. Lo que sí es evidente, para cualquier lector atento es que aquella relación no estuvo exenta de los conflictos propios de los triángulos amorosos. Riñas, despechos, reclamos, separaciones.
Uno de los pasajes más dolorosos de esta correspondencia ocurre cuando Leonora está en Taxco, México, e invita a Salarrué para que llegue y realice allí los trámites de su divorcio, lo que, según ella, tomaría unos pocos días, al risible costo de 12 dólares de entonces. Parece ser que Salarrué al principio se entusiasmó con la idea pero, a medida que los días fueron pasando comenzó a evadir el asunto. Desencanto, dolor y cólera. Con el paso de los años la posibilidad de estar juntos se fue extinguiendo. No hubo espacio, ni tiempo. Conservaron, parece, en la distancia, con comunicaciones esporádicas pero intensas, bastante intacto su afecto. El anhelo de su reencuentro, en este mundo y en los otros mundos, parece cumplirse en este pequeño libro azul. Allí les vemos, como al final de un largo vuelo. Como dos aves posadas sobre la misma rama.