Matilde Elena López
Estamos más estrechamente ligados a
lo invisible que a lo visible.
Novalis
lo invisible que a lo visible.
Novalis
Hay en tí, a causa de tus dos sangres,
unas virtudes y una profundidad
de la entraña espiritual que no tenemos
ninguna de las mujeres-poetas del Continente.
Gabriela Mistral: Cartas a Claudia Lars
En perfectas liras, en las que se expresa la poesía de la soledad en España, se manifiesta este cantar recóndito, entrañable. Claudia Lars, como los clásicos españoles, construye su poesía sobre la lengua castellana y utiliza a cabalidad sus valores estéticos, intraducibles. Por profundas afinidades espirituales, elige la lira de San Juan de la Cruz, la más alta culminación de nuestra poesía castellana.
Sobre el ángel y el hombre es un poema en tres partes en el que la palabra poética se realiza en unidad de sentido y sonido, obvia condición de la poesía esencialmente lírica, rica. Las tres estancias emergen –señores poemas en serie- relatando una historia extraña, la íntima biografía del alma del poeta. Por el más riguroso camino de perfección, trajina el ángel. Por la más desangrada entraña, padece el hombre su eclosión de rosas. Claudia Lars asciende por la vía mística –como San Juan- a un punto de luz, radiosa revelación del Arcángel, cuando esclarecida ya la conciencia sigue el hilo luminoso. Es el cabal remate de aquel romanticismo dorado en el árbol de la vida, de su canción redonda, que evoluciona ahora al misticismo más puro. ¿No se quema en llama pasional el místico?
¿De qué nos habla Claudia Lars? Del amor, de la vida, del drama doloroso entre el ángel y el hombre. Del alma que se va limpiando como cuando amaneció en el primer día, en la luz primogénita. De la pasión oscura que a veces puede más que el sueño, de esa batalla interna por alcanzar el recto albedrío. Y recordamos de inmediato, el “Mito de la Caverna”, de Platón, por hondas vertientes: El hombre sólo ve pasar sombras de las imágenes puras, cuya luz guarda en su memoria de otras edades.
Platónica como artista, acaso también pitagórica como Fray Luis de León, por oír la música de las esferas, Claudia Lars, por tanteos hondos, llega a la vía mística que conduce a Dios. Esa búsqueda venía desde Estrellas en el pozo, pero ahora se hace tangible, reflexiva. Las estrellas son ahora puntos metafísicos, mónadas iluminadas. El diálogo entre el ángel y el hombre surgió desde el principio, ahora culmina, alcanza cumbre de luz.
En liras espirituales y sensuales canta ese encuentro, la perfecta unión y la perfecta felicidad, el goce y el dolor. Todo es exclamación pasmada, arrobo y fuego, deslumbramiento que el amor ilumina mientras en él arde. En el universo de su poesía hay una armonía autónoma que sostiene la pasión vibrante contenida en el espíritu -vaso de oro colmado de lágrimas- mientras va sonando una música, a la vez imagen, sentimiento, belleza. Esto es: forma y sentido. Y sonido, porque allí vibra el eco de la música extremada de Fray Luis de León. Merced a trabazón tan justa entre todos los componentes, merced a engranaje tan armonioso, sentimos con tal fuerza persuasiva la intensidad de cada palabra, cada verso, cada estrofa, sin perder nunca de vista su estricto conjunto. Claudia Lars alcanza el equilibrio clásico. Su poesía reposa –como la tragedia griega- sobre forma apolínea que contiene el tumultuoso ardor dionisíaco: forma y contenido. Contaminada de pasión romántica, halla la vía empinada, y asida al hilo de oro, salva el oscuro dédalo con el hilo de Ariadna. Sin que ella misma lo sepa –acaso lo intuya- en esa lucha entre el ángel y el hombre, ha ganado la batalla la diáfana armonía. Su poesía se mueve en ese símbolo que disfraza otros símbolos indecibles, acaso indescifrables.
Ella recorre el mismo camino de Goethe en busca de las formas perfectas. Ama la serena forma apolínea y en ese vaso vierte la pasión turbulenta. Sabe que la poesía se logra merced al arte: arte del poema. Se construye sobre la lengua, como sobre el mármol. Y Claudia Lars esculpe la estatua del verso en mármol de Carrara. Acierta con el equilibrio supremo entre la poesía inspirada y la poesía construida, en oposición a tantos modernos para quienes la poesía y el arte presenta una contradicción indestructible. Esta es su máxima virtud, y por ello se eleva por encima de las poetisas de América vibrantes de amor. Claudia Lars erige el poema como la más sutil arquitectura, donde cada pieza ha sido trabajada por mano artífice. En esa perfección artística, busca también la perfección espiritual: el ángel.
Sólo así pudo crear San Juan de la Cruz ese portento de La noche oscura, la más alta cumbre de la poesía española. Y Claudia busca esa pureza del verso, como quien tiene un tesoro y no quiere mostrar su hallazgo. Con voluntad de artista en busca de perfección. La asiste en su empresa noble, la gran poesía clásica española, cuyos caminos la invitó a seguir certeramente Salomón de la Selva, a quien ella reconoce como su guía conductor poético. Y la salva también de no caer en la moda romántica que se da tardía en América, su otra sangre, la irlandesa, por vena oculta. Trae la pasión celta desatada en las venas, la materia de Bretaña que dio al mundo la más extraña poesía. Y ese substrato apasionado y turbulento, a la vez se atempera en la lengua inglesa. Y son poetas ingleses sus predilectos: los prerrafaelitas que buscan la sencillez y las formas simples.
La poesía de Claudia Lars a ratos borda el misterio, porque nada explica lógicamente, porque todo está allí mágico, revestido por la claridad de esa lumbre que la baña toda en gracia pura. Hay que seguir la pista por una llama que constantemente arde, en la que se logra la unidad poética absoluta. Analizar el oculto sentido, es difícil, porque es incomunicable. Hay signos, señales, símbolos. Y aunque al cerrar el puño se nos escapa la adivinada huella, queda la ausencia, la pura poesía.
Nota del Editor: Fragmento de texto publicado en 1970.