15 dic 2005

Antigua, una ciudadela “nice”

Mario Roberto Morales


Quizá el rasgo más sobresaliente de la estética nice lo constituya su artificialidad. Lagos creados por medio de embalses que le dan un toque agreste a las urbanizaciones llamadas “exclusivas”, senderos para caminar o trotar llenos de piedra llevada de otras latitudes, puentes de troncos y falsos riachuelos que se pierden en el recién cortado follaje, y animales decorativos vagando por los impecables llanos de tenues colinas forjadas a fuerza de Caterpillars.

En lo referido a la decoración, lo nice puede ir desde las orquídeas raras hasta las flores de plástico, pasando por toda suerte de esculturas “étnicas” que pueden desplegar elefantes de la India, camellos del Medio Oriente, flamencos de la Florida o mujeres africanas embarazadas.

Lo nice transforma las ciudades del pasado en una especie de enormes tiendas de souvenirs ubicadas en museos para turistas despistados, de esos que esperan hallar un McDonald’s a la vuelta de donde se encuentran las “obras maestras” que los guías les invitan a contemplar con aire aburrido. Lo nice es, pues, fundamentalmente artificioso. De una artificiosidad un poco degradada por el mal gusto y la vulgaridad que brota espontánea de la ansiedad por un lucro sin más horizonte que el lucro mismo.

La actitud más nice de la gente nice es separarse de la ciudad y del común de los humanos para refugiarse en exclusivas colonias que se antojan cementerios, y lo es también alejarse de las zonas residenciales para fundar ciudadelas privadas que se hacen rodear de murallas, sabuesos y policías para evitar que quienes no pueden pagarse semejante lujo puedan siquiera asomar las narices por las cercanías. Es muy nice ser exclusivista, aunque esto no sea sino otra forma de adocenamiento.

La ilusión de exclusividad y cualquier esfuerzo por alcanzarla y vivirla es sin duda una actitud nice, es decir, artificial. En tal sentido, la mentalidad nice no respeta clases sociales porque surge de los mandatos consumistas del mercado. Tiene que ver con los sentimientos de inadecuación que por medio del despliegue de los estilos de vida artificiosos de ciertas “celebridades” (igualmente artificiales), se crea en el público receptor por medio de los mensajes emocionalmente desestabilizadores de la televisión y las revistas de modas, como los que nos hacen sentir inadecuados y feos para que consumamos medicinas y cosméticos, entre otras mercancías.

Esa ilusión de exclusividad ha convertido a la ciudad de Antigua en un parque “temático” en el que el tema es la Colonia hispanoamericana, y la ha vuelto inocua en cuanto a sitio para estudiar la historia de la que formó parte. De ser la vieja capitanía general de Centroamérica ha pasado a ser una ciudadela nice en la que la artificialidad se practica como una forma de exclusividad, el mal gusto como “cultura”, y en la que al pueblo se lo pone en escena mediante actores que fingen ostentar identidades diferenciadas en el espléndido marco de cielos profundos, volcanes azules, atardeceres explosivos, y tenue cuanto perenne bruma de marihuana.

Ciudad nice para gente nice, Antigua permanece viva en algunos de los ya escasísimos antigüeños que todavía viven allí y que no han sido infectados por el virus de la ilusión de exclusividad y la mentalidad nice, cuyo gusto estético orbita en torno a los arbustos de plástico que adornan los panteones y al simulacro de naturaleza agreste de los campos de diversiones de Orlando. Antigua se ha preservado para la posteridad pero como un cadáver maquillado, como una extraordinaria momia nice, como un desordenado museo en el que la más ruidosa actividad es la de la gente nice que llega a ensuciar su ambiente con orines alcoholizados, broncas de madrugada, autos sobre las aceras coloniales y vómitos a media plaza central, orillando con ello a los propios a largarse de allí y a vender sus propiedades a europeos y gringos “políticamente correctos”, o bien a rebelarse con una paciencia y una perseverancia que nada tienen de “nice” y sí mucho de dignidad y respeto a sí mismos.

Allí, Pedro de Alvarado, Bernal Díaz del Castillo y Tecún Umán son nombres de cócteles azucarados. Doña Beatriz La Sin Ventura y doña Leonor de Alvarado y Xicoténcatl han dejado de ser la esposa y la hija del Adelantado y se han convertido en nombres de hoteles y pensiones en los que pululan serviciales bedeles ataviados con trajes indígenas ceremoniales. Allí, el pueblo se disfraza de pueblo y sale a la calle a vender su cultura por migajas. Allí se consigue de todo. Y el ambiente es nice. ¿Qué más artificialidad se puede pedir para una persona nice?