Tocando a las puertas del palacio
Miguel Huezo Mixco
ESA
En 1946, en la ciudad de Nueva York, se produce el encuentro entre los artistas Salarrué y Leonora Nichols. De aquel romance se conservan una serie de cartas escritas por Leonora a su amante. Para el poeta y ensayista Miguel Huezo Mixco, aquella correspondencia deja evidencia que aquellos dos seres intentaron, sin éxito, trasponer los límites del deseo en pos de la plenitud espiritual, atascándose en los terribles asuntos propios de los triángulos amorosos: frustraciones, culpas, incertidumbre.
I.
Comenzaré contándoles el final de esta historia. La última vez que vi a Salarrué fue en su casa, en Villa Montserrat. Estaba viejo y enfermo. Pocos meses después de aquella visita, murió. Lo había conocido por azar. En el colegio me tocó hacer un pequeño ensayo sobre uno de sus libros y Salarrué bajó de su casa en las alturas de Los Planes al antiguo edificio de la Biblioteca Nacional para darnos una entrevista a mí y otro compañero del colegio. Así fue como lo conocí.
No volví a verlo sino hasta algunos años después, cuando yo era un aprendiz de editor en la Dirección de Publicaciones. El director, malhumorado, me encomendó atenderlo. Salarrué quería que se hiciera una nueva edición de “Cuentos de barro”. Comencé a viajar a Los Planes para hablar con él, primero por su libro, y luego por el simple gusto de verlo y escucharlo hablar. Así, volvemos al final –o al principio, según se vea-- de esta historia.
Pasó el tiempo. En 2005 el Museo de la Palabra y la Imagen publicó el libro “Sagatara mío”, que reúne una parte de la correspondencia que Leonora Nichols mantuvo por años con su amante Salarrué. Ese libro nos mostró una faceta desconocida de su vida: la de un hombre capaz de verse arrastrado por la pasión sino por otras menos dignas como la ira o los celos.
Leyendo entre líneas aquellas cartas no es difícil entrever los asuntos terribles que acompañan a los triángulos amorosos: frustraciones, culpas, incertidumbre. Janet Gold, la autora de esta compilación, nos mostró a un Salarrué tenso, arrogante y grosero. A causa de su relación, aquellos dos “místicos ardientes” en busca de la gracia, como gustaban definirse, vivieron circunstancias complicadísimas.
Veamos detalles de la historia. Salarrué llegó a Nueva York en 1946 con un nombramiento oficial. Pese a que unos doce años atrás había asegurado no tener patria –lo dice en su “Carta a los patriotas”--, Salarrué se ha convertido en un representante del gobierno de El Salvador. No tiene grandes responsabilidades diplomáticas, tampoco un gran salario. Tiene 48 años. Está casado y tiene tres hijas, todas mayores de edad. Su familia se ha quedado en El Salvador. Nueva York se le ofrece como una ventana para desplegar su talento. Allí se encuentran Leonora y Salarrué, donde, para decirlo con un tópico, nace el amor. El amor que endulza y sangra… El Amor como Utopía, que hace a los amantes trasponer los límites del deseo hacia la plenitud espiritual.
Pero apenas han pasado unos meses desde aquel encuentro y los problemas comienzan a aparecer. El 9 de enero de 1947, Leonora escribe: “me siento triste y con el ánimo por los suelos, como si los dioses, después de todo, nos hubieran engañado”. Añade: “¡Dónde, oh, dónde está nuestro camino juntos Sagatara!”. Una semana más tarde, Leonora es de nuevo presa de la congoja y le propone que acepten que su amor debe permanecer “dentro de los planes del espíritu y de la mente”. La carta del 2 de mayo nos revela un Salarrué que pelea con frecuencia.
En realidad, Leonora parece estar enamorada del otro yo de Salarrué: Sagatara, el personaje de su libro más fascinante: O-Yarkandal. Sagatara es un ser en el que brilla el fuego de lo divino. Ella sueña con venir a El Salvador y vivir a su lado. Esos momentos de ilusión, sin embargo, se ven repetidamente interrumpidos por la incertidumbre de Salarrué que no parece dispuesto a deshacerse ni de su familia ni de su amante.
A finales de 1947, la paciencia de Leonora parece llegar al límite reprochándole sus celos y sus temores. Tras las ráfagas de dolor, vuelven las ilusiones. “La fuente de cristal fluye libre y abundante otra vez”, le escribe, en las vísperas del fin del año. En junio del año siguiente, se produce un hecho significativo. Salarrué realiza una exposición de sus obras en una galería de Nueva York. Eventos que no conocemos en detalle hacen que aquella exposición se convierta en un verdadero suplicio. Parece ser que algún comentario en público de Leonora hirió al orgulloso “maestro”. Todo lo que sabemos es lo que ella le escribe:
“Mi amor, no cruzó por mi mente la idea de “disminuir” el arte de Sagatara... Lo único que hice fue expresar lo que consideré una crítica constructiva”.
Parece que la reacción de Salarrué fue tremenda: “Desperté tu ira, me lastimaste, y quedé exhausta por tus acusaciones”, le dice Leonora. “¡Salarrué fue el que me atacó como con una varilla de hierro!”. Sus quejas sobre las actitudes irascibles y los celos de Salarrué, aparentemente injustificados, se encuentran a lo largo de esta correspondencia.
En julio de 1949, esta pareja pasa por uno de sus momentos más difíciles. Nos encontramos a Leonora en Taxco, México, pidiéndole a Salarrué que venga para los trámites de divorcio. “Tú serías legalmente libre en cuestión de semanas por la suma de aproximadamente 12 dólares”, le dice. Pero los días pasan y Salarrué se sumerge en la indecisión. “Ahora tiemblo, pues veo que la estructura de nuestro Gran Sueño de Amor gravita de nuevo”, le escribe ella un mes después. Como alguna vez le escribió Leonora, se les hace tarde.
Aquel libro no es sólo una historia de desamor. También es un libro que muestra la impotencia de dos seres extraordinarios puestos a prueba por las circunstancias. Nos muestra también su coraje. Porque tuvieron el arrojo de soñar y de lanzarse desnudos en la fosa hirviente de la pasión, de la cual nunca se vuelve igual.
Salarrué y Leonora estuvieron dispuestos a dejar esa estela ácida en la historia de nuestra cultura. Ahora bien, el gesto profundamente terrenal de aquellos amantes no sólo nos habla de sexo. Intentemos vincularlo con la filosofía en la cual intentaron encontrar explicaciones y consuelo en esta vida.
El famoso poemario “La conferencia de los pájaros”, del poeta persa Farid ud-Din Attar, publicado en el siglo XII, cuenta la peregrinación de los pájaros que buscan al Simurg, encarnación de la Divinidad. En ese viaje en pos del palacio del Simurg, los peregrinos deben cruzar siete valles: el amor, el entendimiento, la separación, la unidad, el asombro, la privación y la muerte. Algunos pocos tienen éxito.
Leonora y Salarrué hicieron su propia peregrinación. No conocí a Leonora. Pero de mi admirado Salarrué puedo atreverme a decir que cuando lo conocí, pobre, solitario, enfermo y viejo, parecía estar tocando insistentemente a las puertas del palacio del Simurg. Quizás para entonces, pasados los siete valles, se había convertido en el auténtico Sagatara.
Leonora y Salarrué soñaron con la dicha más excelsa en este y en los mundos del más allá. No tengo noticias de esos otros mundos. En lo que se refiere a este, el único mundo que conozco, creo que el supremo anhelo de reencontrase alguna vez, después de aventuras, tropiezos, asombros, privaciones y hasta la muerte misma, pareciera haberse cumplido en ese pequeño libro.