Horacio Castellanos Moya
Varios años pasaron antes de que yo pudiera descubrir un autor en lengua castellana que me dejara anonadado, con la boca abierta, deslumbrado por su prosa retorcida, por su osadía para hurgar en los humores más pútridos del ser humano, por su autenticidad, por su vocación de fracaso.
Varios años pasaron antes de que yo pudiera descubrir un autor en lengua castellana que me dejara anonadado, con la boca abierta, deslumbrado por su prosa retorcida, por su osadía para hurgar en los humores más pútridos del ser humano, por su autenticidad, por su vocación de fracaso.
Y claro, tal descubrimiento tenía que suceder en medio del peor de los ruidos, de ese cascabeleo que producen las hordas de escritores cubanos: ahí, escondido, como fuera del tiempo y del jineteo literario, permanece Lino Novás Calvo (1903-1983), con esas narraciones de una modernidad apabullante, que presagian a Onetti y a Rulfo, contemporáneas de Faulkner, de quien Novás tradujo textos en una época.
“Caramba, que descubres el agua tibia”, me diría un conocedor de la literatura cubana. Pero para los lectores de fuera de la isla, las narraciones de Novás Calvo eran inaccesibles. Podía uno leer perfiles, como el de Cabrera Infante en Mea Cuba, pero no tener acceso a una representativa muestra de sus relatos. Otras maneras de contar (Tusquets, 2005, 416 pp.) ha venido a llenar con creces ese vacío.
La prosa de Novás es lateral, llena de meandros, con los gestos del sigiloso traidor que se apresta a acuchillarte; prosa de una rabia contenida, que a veces pareciera escrita a escupitajos, porque el mundo que retrata, de tan sordido, sólo puede ser visto así: a través del rabillo del ojo, con un rictus de desprecio y los músculos tensionados.
Es la Cuba pobre, negra, discriminada, delincuencial, de la primera mitad del siglo XX vista por un desencantado. Novás Calvo nació en Galicia, España; a los siete años emigró con su familia a la isla, donde desempeñó los más diversos oficios. Peleó en el bando republicano en la guerra civil española, donde quedó curado de espantos. Fue jefe de redacción de la prestigiosa revista cubana Bohemia. Y cuando llegó Fidel Castro puso pies en polvorosa.