12 jul 2009

Lo que el viento se llevó: Rodrigo Rey Rosa

Lapidario
Rodrigo Rey Rosa / GUA

Sobre la serie de acuarelas de ese título en “República de la muerte”, exposición de la artista salvadoreña Mayra Barraza en el Centro Cultural de España en Guatemala.

Con estas treinta acuarelas Mayra Barraza parece que quiere crear un sujeto extraordinario. Alguien que se pregunte a sí mismo: ¿De dónde proviene esta violencia? Pero no se trata de una pregunta policial—ya sabemos que aquí la ley dejó de funcionar hace bastante tiempo. Se trata de hablar con nosotros mismos acerca de un medio del que formamos parte y que nos determina al mismo tiempo, y para eso tal vez haga falta un espejo, o, al menos, una mirada oblicua.

Hallan cuerpos de jóvenes atados con las manos hacia atrás… En ese lugar fue asesinado con arma de fuego… Hallan cadáver decapitado Aparentemente murió ahogado en el río, aunque extraoficialmente la versión es que lo asesinaron y dejaron su cuerpo en la fuente… Matan a mujer… Frases lapidarias, sin duda, pero que no parece que hayan sido escritas para perdurar; al contrario.

La nota roja periodística (y periódica) es tan nuestra y tan efímera como los anuncios de cerveza, de ropa íntima, de autos de lujo o de bloqueador solar. Una muerte diaria, menos los lunes 23 y 30; nadie es perfecto.

Matan a mujer (diez de junio)… y lo demás no importa—parece que quiere decir este cuadro. Así (con un telón de fondo en blanco, un muro de silencio) mueren los más desamparados: los pobres del campo y los de la ciudad. Y, a veces, así muere también alguien a quien tú conocías muy bien.

¿En qué periódico centroamericano no se ha hablado últimamente de la necesidad de llevar a cabo actos de “limpieza social”? Sin duda nuestra casa—Centroamérica--está muy sucia. Pero no haríamos mal en ser muy cautelosos al desear esta clase de limpieza, no sea que nos ocurra como a más de un héroe de Hollywood tardío—en Nueva York o en Bangkok—que descubrió que para que la habitación quedara completamente limpia la última prenda sucia de la que había que deshacerse era él mismo.

Estas acuarelas rojas sobre papel blanco delicadamente parecen querer decirnos que “estudiemos, estudiemos, estudiemos”—como Zizek—“para llegar a comprender qué es lo que causa esta violencia”--que es tan nuestra.

Tal vez—pienso ahora—lo que estamos viendo aquí, reflejado oblicuamente en estos cuadros cuyo color recuerda el de la sangre fresca, no es tanto una denuncia de la muerte violenta de un pequeño país de Centroamérica, como, tras esa máscara convencional, un anuncio de nuestro colectivo suicidio.

Guatemala, Febrero 2009