15 jul 2005

2. creaCción de arte. Poesía.

El libro de la penumbra

René E. Rodas

(Entrega 1 de 9)




1. La voz

Alguien pulsó un corazón con voz de apremio. De ese corazón viene mi sangre.

En mí se instaura el aroma de hojas fricativas del jade, buscado centro de las brújulas del azar.

Yo que era dos divisos e ignotos, soy una palabra que crece con prisa de anémona en curvos cartílagos.

Saurio mayor, mi silencio busca la luz. Y es mi reino esta cálida penumbra.

La incertidumbre es su imagen, la cúpula de un cielo raquídeo que mi estupor contempla.

Lejos del azur, un delicado tono rosa. Lejos de los astros, las raíces de urdimbre verdusca.

Aéreas, esteladas en su red, las raíces se pierden a la pesca de los arcos de la cúpula.

Estoy despierto. Mi vigilia la entraña líquida del nadir. Vivo en un mar. Mi mar se llama Amnios.

Habito en precario este mundo de sales bienhechoras. Me alimenta una sonda que estalla en medusa fértil.

Viene a mí domesticada y nutricia como una huerta. Entre el cielo y mi mar, ella es el cometa que me guía.

Amnios mi mar está en un cuerpo. El cuerpo habita un mundo. Sospecho que hay otros mares en el mundo aquel.

En ese mundo habrá otros cuerpos, y en esos cuerpos habrá otro mar y en ese mar otra criatura.

Una burbuja de fibras como yo. Y en esa criatura, como en mí, palpita un pequeño triángulo.

Ahora apunta hacia arriba con su ápice obstinado. Ahora apunta hacia abajo con su corona de sueños.

Amnios, mi mar. Casa de las transformaciones para el rey de los disfraces. Yo soy la voz.


2. El signo

I

La espiral infinita del deseo. Un susurro apenas agitado en los odres milenarios del sueño.

La sed encuentra su cauce y llama desde un ardiente río subterráneo.

Urgidas voces claman sus cifras impolutas a las abstinencias del día.

Voces que suben desnudas a la romana de la sombra y son livianas en su resplandor.

II

A los lagares de la madrugada se ofrecen dilatadas fibras de una leyenda musitada en ojos de mujer.

Existe un pájaro llamado silencio y será sacrificado en el calor nocturno de esas pupilas.

(Para honrar la limpieza de la ceremonia, la metáfora y los metales se dejan en el quicio de la puerta.)

La noche cierra el círculo de sus sauces y guarda en su centro una vasija de cuya entraña nace la luz.

III

La mañana deja a la tierra un paso antes de su brocal. Así el aire dilapida sus esporas y da amparo al tiempo.

El sol en su pozo va por delante como una trompeta de triunfo que despierta a las bestias y sacude las hierbas.

Mira esos cadáveres ofrecidos a la plegaria del amanecer. Astros en el fango, hermanos borrachos en su carroña.

Cómo se amaron las vísceras desesperadas, ateridas de gusanos y de esa miel sacra que fabrica la reina muerte.

Ahora liban en el sueño. Nada se les hace tarde. No tienen desavenencias con el curso del día.

IV

Un caprichoso sedimento de bestias sienta sus reales en mares ingrávidos. Ya nada será para siempre.

La llama declara sus registros y los pone a fermento: consuélame una raíz, ofíciame un mapa.