Rafael Menjívar Ochoa
Los enfoques en la polémica acerca de la persistencia o muerte de la revista Cultura han estado en ocasiones fuera de contexto, y no siempre con los objetivos de la publicación en mente.
Miguel Huezo Mixco, en su columna del 7 de julio en La prensa gráfica, asegura que la revista está muerta porque ha desaparecido el contexto que la generó hace cincuenta años, y dice: “Me encantaría que viviera, pero haría falta un nuevo proyecto que responda a la naturaleza transnacional de la cultura salvadoreña del siglo XXI.”
Cada publicación tiene un objetivo, y el de Cultura nunca fue circular fuera de un ámbito restringido: el de los artistas, estudiosos e interesados que, por su medio, pudieran comunicarse entre sí y dar a conocer resultados y avances de sus trabajos; también se trataba de mostrar lo que se hacía fuera del país y que resultara útil a ese sector. De hecho, originalmente la revista debía repartirse de manera gratuita. Posible o no en la actualidad, la necesidad de hace cincuenta años es la actual: mantener comunicado e informado a un sector de la sociedad, que en este caso se dedica al arte y a la cultura, y eventualmente extenderse a individuos y sectores aledaños, como estudiantes, docentes y gente de a pie.
En otras palabras, Cultura es una revista, limitada a una cantidad de gente, como toda revista, y no mucho más que eso. Es un espacio que existe y que desde hace muchos años casi no se ocupa, y que quizá no sería sustituido por algo análogo si desapareciera. Se alegan más o menos las mismas razones históricas para conservarla que para matarla: es el legado de una serie de grandes artistas y estudiosos, sus contenidos fueron de excelente calidad y respondían a ciertos lineamientos y a ciertas épocas, etcétera. Y eso no es motivo para demoler un espacio como Cultura –tampoco para conservarlo–; es apenas un punto de referencia para saber qué hacer con ella en el momento actual, cualquier momento actual. Las necesidades son las mismas; sólo han cambiado los actores.
Quizá haya que buscar motivos básicos en la imposibilidad de levantar la revista en los últimos años, como la falta de una línea editorial definida, la carencia de objetivos claros y la inclusión limitada de materiales importantes para el sector al que siempre se dirigió, por los surgidos de ese mismo sector. Lo que hace falta para que una revista funcione no es que la dirija un escritor o un académico, menos aún que esté manejada por figuras míticas que murieron hace años y que, por su carácter mítico, serán siempre inalcanzable. Se requiere de un editor que sepa su trabajo, y objetivos, y ganas. No mucho más.
Apelar a la historia es injusto cuando no se ha hecho lo posible para ver lo que ha fallado en casa y en uno mismo. Suena a tapar el pozo cuando el niño todavía está dentro, aún gritando para que lo saquen.
Miguel Huezo Mixco, en su columna del 7 de julio en La prensa gráfica, asegura que la revista está muerta porque ha desaparecido el contexto que la generó hace cincuenta años, y dice: “Me encantaría que viviera, pero haría falta un nuevo proyecto que responda a la naturaleza transnacional de la cultura salvadoreña del siglo XXI.”
Cada publicación tiene un objetivo, y el de Cultura nunca fue circular fuera de un ámbito restringido: el de los artistas, estudiosos e interesados que, por su medio, pudieran comunicarse entre sí y dar a conocer resultados y avances de sus trabajos; también se trataba de mostrar lo que se hacía fuera del país y que resultara útil a ese sector. De hecho, originalmente la revista debía repartirse de manera gratuita. Posible o no en la actualidad, la necesidad de hace cincuenta años es la actual: mantener comunicado e informado a un sector de la sociedad, que en este caso se dedica al arte y a la cultura, y eventualmente extenderse a individuos y sectores aledaños, como estudiantes, docentes y gente de a pie.
En otras palabras, Cultura es una revista, limitada a una cantidad de gente, como toda revista, y no mucho más que eso. Es un espacio que existe y que desde hace muchos años casi no se ocupa, y que quizá no sería sustituido por algo análogo si desapareciera. Se alegan más o menos las mismas razones históricas para conservarla que para matarla: es el legado de una serie de grandes artistas y estudiosos, sus contenidos fueron de excelente calidad y respondían a ciertos lineamientos y a ciertas épocas, etcétera. Y eso no es motivo para demoler un espacio como Cultura –tampoco para conservarlo–; es apenas un punto de referencia para saber qué hacer con ella en el momento actual, cualquier momento actual. Las necesidades son las mismas; sólo han cambiado los actores.
Quizá haya que buscar motivos básicos en la imposibilidad de levantar la revista en los últimos años, como la falta de una línea editorial definida, la carencia de objetivos claros y la inclusión limitada de materiales importantes para el sector al que siempre se dirigió, por los surgidos de ese mismo sector. Lo que hace falta para que una revista funcione no es que la dirija un escritor o un académico, menos aún que esté manejada por figuras míticas que murieron hace años y que, por su carácter mítico, serán siempre inalcanzable. Se requiere de un editor que sepa su trabajo, y objetivos, y ganas. No mucho más.
Apelar a la historia es injusto cuando no se ha hecho lo posible para ver lo que ha fallado en casa y en uno mismo. Suena a tapar el pozo cuando el niño todavía está dentro, aún gritando para que lo saquen.