Los cuarenta
Rafael Menjívar Ochoa
2. Diálogo de bípedos: Entrevista
Licry Bicard o Las rayas del tigre
Mayra Barraza
3. creaCción de arte: Obra
Poesía
Carmen González Huguet
Memorial de agravios
Cuento / Juguete literario
René E. Rodas
Ego Melecimut
4. Lo que el viento se llevó: Notas breves de eventos/lecturas recientes
La teoría de los sentimientos morales de Adam Smith
Miguel Huezo Mixco
Panorama del cuento de escritoras costarricenses
Mayra Barraza
5. Hora Salvadoreña: Cartelera cultural
6. Al infinito y más allá: Vínculos de interés
7. Voces: Opiniones
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Editorial
Un elefante llamado cultura
Hace 50 años, en el primer lote de animales adquirido por el zoológico nacional, llegó a El Salvador, procedente de Hamburgo, una elefanta de unos cinco años llamada Manyula. Nadie lo sabe con seguridad, pero el hecho de que Manyula conociera varios trucos, hizo suponer que se trataba de un animal de circo. Se ha pensado festejar el aniversario con un programa de actividades para niños, grupos de danza y orquestas, si el presupuesto lo permite o si se consigue subsidio.
Poco conocido es el hecho de que Manyula tiene una hermana menor, no tan famosa ni tan agraciada, no hace trucos de circo, ni sirve para el entretenimiento finisemanal de la familia, pero vale tanto como su hermana. A 50 años de su nacimiento, vive - para llamar de algún modo a su condición - al lado de Manyula, en el Departamento del Patrimonio Cultural, y se encuentra en estado comatoso desde julio de 2003. La Revista Cultura ha sido declarada “un recurso desperdiciado” por el presidente del Consejo Nacional de la Cultura y el Arte, Federico Hernández, porque, aunque es “una revista tan bonita”, al funcionario le disgusta que tenga “tan pocos lectores”. Y aunque hay un grupo de artistas que insiste en revivirla en este su 50 aniversario, su futuro es incierto. Pon tu trompa en remojo, Manyula: como dejes de entretener a los visitantes del zoológico, corres el riesgo de que te conviertan en alimento procesado para animales domésticos.
Pero no todo esta perdido. Se ha hecho una “cabuda creativa” entre artistas e intelectuales, y se han reunido aqui excelentes textos para celebrar, en una especie de fiesta colectiva, aquello que la Revista Cultura no nos deja olvidar: que estamos vivos, somos artistas, creamos y pensamos a través del arte, y somos parte de una sociedad con la que deseamos y necesitamos compartir lo que hacemos. La Revista Cultura ha sido, con frecuencia, y ha debido ser, siempre, un espacio privilegiado para ese intercambio.
El ojo de Adrián nace de una ardiente fe en la necesidad de crear espacios para la expresión y difusión de las artes y la cultura. Toma por nombre el único huracán nacido en la historia milenaria del Océano Pacífico, y se sitúa en su centro lúdico que también quiere ser lugar de reflexión.
El comité de emergencia permanente advierte: El ojo de Adrián no lo detiene nada ya. Tus textos alimentaran sus entrañas. Tu mirada lo hará crecer multiplicándose en redes infinitas - de amigos, desconocidos, colegas, solitarios, compatriotas, queridos, familiares, extranjeros, profesionales, desempleados, apatridas o expatriados… - hasta formar una gran nube de ideas y palabras. ¿Con forma de elefante quizás?
Pienso luego existo
Los cuarenta
Rafael Menjívar Ochoa
No es que los cuarenta años tengan algo de especial en relación con los veinte o los sesenta en términos de madurez pero, en general, alrededor de esa edad un escritor tiene a sus espaldas una cantidad de vida suficiente –y de experiencia literaria, si se lo ha tomado en serio– para lograr un cierto manejo de sus herramientas y una mejor comprensión del funcionamiento de la gente y de sí mismo.
Si alguna vez existió un “poeta niño” fue Arthur Rimbaud (1854–1891), quien desde los 16 escribió una obra que sigue siendo una cúspide de las letras. A los 19 dejó de escribir y se dedicó al tráfico de armas en la Abisinia, hasta poco antes de su muerte, ocurrida a los 37 años, tres antes del teórico “inicio de su madurez”. Uno de los maestros de Rimbaud (y de los surrealistas) fue Isidore Ducasse, falso Conde de Lautréamont (1846–1870), quien un año antes de su muerte, ocurrida a los 24, publicó su obra capital, Los cantos de Maldoror.
Llama la atención el poder con que ambos encararon la creación a partir de ideas subversivas (literarias, religiosas y políticas), con una perfección técnica poco usual. Su obra es poderosa a pesar de sus limitaciones: ambos libros no dejan de ser alegatos que nadan en la ingenuidad de la adolescencia, escritos con una maestría y una profundidad inusuales. Si a uno le gustan los poetas malditos y busca madurez y solidez, Baudelaire y Nerval pueden ser mucho más satisfactorios, así resulten menos espectaculares.
En El tiempo de los asesinos, Henry Miller (1891–1980) dice poco más o menos: “Rimbaud fue genio a los dieciséis años. Yo fui genio a los treinta y siete.” Se refiere a que a esa edad logró, tras muchos intentos, escribir su primera novela, Trópico de Cáncer, que lo colocaría en primer plano. Su “obra de madurez” fue la trilogía La crucifixión rosa, formada por las novelas Sexus, Plexus y Nexus, publicadas entre sus 58 y 75 años. (La última se publicó inconclusa.)
En el extremo del espectro en relación con Rimbaud se encuentra John Milton (1608–1674), ex sacerdote y luchador al lado de Oliver Cromwell. Ya ciego y cansado, se retiró de la política, y a los 59 años escribió El paraíso perdido; cuatro años después aparecería El paraíso recuperado.
De que hay genios, hay genios; allí está Mishima y sus Confesiones de una máscara, escrita a los 19 años, seguida por una cincuentena de obras escritas antes de su suicidio, ocurrido a los 40. También tenemos “genios tardíos”, como el premio Nobel José Saramago, quien comenzó su magnífica carrera a los 47 años.
Hay “gente normal” que empieza muy joven y lo hace bien, como Mario Vargas Llosa. A los 26 ya había publicado La casa verde y La ciudad y los perros, obras tan maduras como las de cualquier cuarentón. Más o menos a los 40 hizo La tía Julia y el escribidor, obra maestra de la técnica, y alcanzó la cúspide con La guerra del fin del mundo (1981), publicado a sus 45. Ocurre una paradoja: desde entonces ha publicado una larga serie de novelas que no han alcanzado siquiera la calidad de sus primeros trabajos; su “madurez” ha funcionado de otro modo.
Uno de los parámetros inevitables del cuento es Julio Cortázar. Si se revisa su obra, se observará que sus primeras narraciones no son demasiado interesantes, y que apenas a los 40 años publica Bestiario, libro con el que comienza una revolución. Su influyente novela Rayuela es obra de sus 39 años. Es (como Borges, digamos) un talento basado en el trabajo constante y siempre riguroso, al igual que García Márquez (publicó Cien años de soledad a los 39) y, de hecho, que la mayoría de escritores trascendentes o al menos sólidos.
Cervantes comenzó a publicar a los 37 años, y a sus 58 apareció el primer tomo del Quijote; Shakespeare produjo la mayor parte de sus obras alrededor de los 36, pero sus obras maestras (Hamlet, Otelo y Macbeth) son producto de los cuarenta y tantos; Dostoyevski comenzó a publicar a los cuarenta (Recuerdos de la casa de los muertos, 1861), y después de los cincuenta llegaron sus novelas fundamentales: Los demonios, El idiota y Los hermanos Karamázov.
El “genio salvaje” no es la constante, sino la excepción, y muchos escritores han quedado en el camino apostándole a la iluminación o al talento en bruto. El trabajo es menos interesante, pero a veces es un buen paliativo para los seres humanos comunes y corrientes, es decir la mayoría.
Diálogo de bípedos
Licry Bicard o Las rayas del tigre
Mayra Barraza
Marcada por los conflictos y vicisitudes de una tierra en permanente movimiento, la artista Licry Bicard ha dejado en los últimos 30 años huellas indelebles con su obra. Conversamos largo rato sobre su trayectoria artística, memorias, e impresiones sobre el arte y la vida. Además intercambiamos opiniones sobre la muestra que presentó recientemente en la Sala Nacional de Exposiciones junto con las artistas María Kahn y Negra Álvarez.
Latidos de la memoria
Nació en 1944 en “una época difícil”. La familia “que la vida te da” era de San Miguel, Santa Ana y San Vicente con raíces catalanas.
“Mi abuela materna era una mujer bien soñadora. Le gustaba escribir poesía, tocaba guitarra y cantaba las canciones que ella hacía. Yo ponía la oreja en el corazón de ella y me gustaba escucharle los suspiros.”
Su padre fue constructor de carreteras, y con su madre tuvieron cinco hijos. Recuerda su infancia en San Salvador en la Col. Layco y en el colegio de monjas en el que estudió.
“De pequeña vivíamos frente al Cuartel San Carlos, atrás habían unas fincas de café. Yo me perdía en el cafetal a cada rato, me salía de la casa y me iba, o pasaba en un rincón dibujando mis muñequitos que con una tijerita cortaba.
“En la primaria tuve especialmente cerca una monja belga que me enseñó a coleccionar estampillas, monedas, billetes, leer. ¡Y que yo di batería! Era tremenda.
Nace al mundo
Entre su graduación del colegio y su boda en 1966 hace su primer viaje a Nueva York a ver la Feria Mundial y luego a México.
“Para mí ver los cuadros de Dalí, las esculturas, las joyas, el Metropolitan, ir a Broadway, ¡todo eso me abrió un mundo! De ahí me fuí a México. ¡Hasta a la Tongolele conocí!
A su regreso al país da terapias ocupacionales en distintos hospitales. La tensión política comienza a generar “problemas en el centro” de San Salvador y ello la lleva a incorporarse a la empresa familiar, donde labora hasta que nace su primera hija Raquel.
“Si es que la vida, la vida a uno lo arrastra para todos lados.
Tres llaves de oro
“Empecé a dibujar una madrugada que mi marido andaba de viaje y yo tenía al bebé gritando.
Busca formación técnica y de método, sin suerte. Como ella bien dice, su mérito fue su tenacidad, que le condujo finalmente a tener experiencias valiosas sobre composición con el pintor español Carralero y sobre el dibujo de contorno con la artista japonesa Miyako Aoki.
“Los pintores de aquí bien pícaros me decían: ‘Hay 7 llavecitas de oro y no las has encontrado’. Pero eran puras burlas. Las llaves las encontré en los libros, en los viajes y con la gente talentosa. Soy de la opinión que no hay que saber demasiado.
Estudia dibujo con el escultor español Benjamín Saúl. Quien fuera para Licry el maestro que le “abre la mente”, la conduce a finales del 79 a seguir por cuenta propia.
“Mi amistad con él era grande. Me animó a leer bastante. Él rompió con algo que yo no lograba. Hay algo que me pasó al estar dibujando, que yo dije ‘veo más allá de lo que él me dice’.
Implosión de luz
“Ya mi padre había muerto, mis hijos creciendo, la guerra estaba en lo peor y era un tormento, y para más me retiro de las clases. Estaba muy asustada. Me encerré en la casa a hacer unas pinturas muy negras.
“Pasaba horas pintando. Esa vibración que yo estaba viendo al pintar era como el pulso de uno mismo. Hice cuadros metafísicos, cosas que explotaban en el aire. Me empecé a fijar en las luces y sombras y me enamore de ese mundo. Por ahí entré. Yo no tengo escuela, la escuela fue el ambiente el que me la dio.
Caminos paralelos
Viajó a Europa, al medio oriente, a Sur América, visitó museos y galerías. Recuerda la obra del venezolano Soto y del chileno Matta, así como el cinetismo de McEntyre, los abstractos de Armando Soriano, y el simbolismo de Salarrué. Conoció a través de la Galería Forma al mexicano Cuevas y a la pintora boliviana María Luisa Pacheco.
“Empecé a buscar a la gente que yo intuía era por los caminos que yo andaba. Así fue que me topé con los matéricos españoles. La Galería Laberinto de Jeanine Janowski fue una gran escuela, ahí aprendí mucho de Carlos Cañas y Julio Sequeira.
Vasto azar
En su vida diaria se somete a “grandes disciplinas” y “rituales bien marcados” para sacar el máximo provecho del azar creativo, sobre todo en sus pinturas de formato grande.
“Mi trabajo es bien desordenado. Si voy a hacer acuarelas en este momento tengo que tener suficientes acuarelas y papel, porque no sé si va a ser grande o mediana o la voy a picar con una tijera. Me gusta mucho picar, romper hasta con las uñas. Es que el mundo del arte es vasto, es vasto.
El tigre
La obra de Licry abarca un espectro amplio. Dibuja con gestos rápidos de la mano figuras de tono lúdico. Su pintura tiene una presencia fuerte de la materia, que se condensa en paisajes, abstractos o símbolos prehispánicos. Trabaja también moldeando el espacio con escultura o instalaciones construidas con objetos de su historia personal.
“El garabato es un impulso eléctrico que es parte de tu vida. No es que seas emotivo, uno puede tener impulsos frenados. Yo a eso le llamo el tigre.
“Siempre estoy dibujando y a la vez estoy pensando. Uno se ubica en otra realidad, la propia. Si tenes ojo, mente y corazón, no necesitas que te enseñen el humor, las pasiones, el reventar de una ola en el mar, aquel sonido que oís en la noche.
“Leí por algún lado que si pones tu conciencia, que es oírte a tí mismo, antes que tu ciencia, tu ciencia prevalece. Eso es comprobadito. Los trabajos tienen trascendencia, porque hay conciencia. Con-ciencia.
Detrás del espejo
Hace unos meses, en la Sala Nacional, Licry presento su obra reciente. Expuso sus característicos “garabatos” a través de lupas y cajas de espejos, pinturas monocromáticas en las que predominaba el gesto de la pincelada, y montajes de maniquíes, algunos desmembrados.
“El maniquí es parte de un período bien importante. No he encontrado todavía el cuerpo de aquella niña y la cabeza de aquel. Hace de caso que eran niños de verdad, había una conexión de recuerdos y lo tenía que hacer.
“Quería que se viera bien el drama a través de la luz fuerte y la vibración del color rojo, sin oscuridad para que se piense claramente.
“El arte para mí es un mundo de mundos. El mundo de las ideas. ¿Y por qué no pues?
(N.A.: Este texto fue escrito en Abril del 2005 originalmente en formato para prensa y por cuestiones del azar no llego a ser publicado.)
creaCción de arte
Poesia
Memorial de agravios
Carmen González Huguet
Para Yadira Calvo
Porque el blanco odia al negro
Porque el amo teme al esclavo
Porque el ladino necesita al indio
Porque somos distintas
Porque no débiles
Porque lúcidas
Porque el deseo
Porque somos malas y bellas como Satán
Porque irracionales
Porque corruptoras
Porque objeto de deseo
Porque quebrantamos todas y cada una de las leyes humanas y divinas
Sólo con existir
Porque somos el otro, es decir, la otra
Porque el diablo nos tiene por aliadas
Porque Judith se atrevió a cortarles la cabeza
Y a castrarlos simbólica y físicamente
Porque Dalila ídem
Porque Pandora y Eva
Se les salieron del huacal
Porque la Medusa
Porque las Sirenas
Porque las Parcas
Porque las Furias
Porque Circe y su piara
Porque la Papisa Juana
Porque las brujas
Porque las putas
Porque somos las madres
Y tenemos el amenazante y terrible
poder de dar la vida entre las piernas
por todo eso
cuánto, en realidad,
nos odian y nos temen.
(Del libro de poemas “Palabra de Diosa” Premio Rogelio Sinán 2005)
Cuento / Juguete literario
Ego Melecimut
René E. Rodas
Melecimut, el de las veinte manos, uno de los ángeles grotescos que asustan con su candor detestable a los querubines del trono trinitario, suele mostrarse poco en los salones de los siete círculos celestiales. Contrario a lo que podría parecer natural y quizás aceptable, no es debido a su fealdad intencionada que Melecimut tiene prohibido exhibir su rostro de pez ungulado entre los pámpanos y nenúfares de los jardines interiores del aposento del Insomne. No. Se trata en modo llano de una estratagema cuasi publicitaria. El Inconcebible lo tiene reservado para ocasiones de mucha hilacha, ocasiones en las que su fama acumulada por eternidades de ausencia causa un impacto mayor entre los convidados a uno de esos festines que suelen durar —en tiempo de nuestro tiempo— un par de eras geológicas o más, pero que en la mansión celeste suelen demorar el tiempo de una merienda. Es que allá son muy estoicos en la alegría. Cuando Melecimut por fin y vestido con solapas y guantes de gala aparece en uno de aquellos convites, es común que cause estragos en las pulsiones consustanciales que registra el fidesómetro, que como todo el mundo intuye (¿así se escribe?) y como es obvio para todos en el cielo, es el instrumento con que se mide el grado de fe de los fieles y las emanaciones autonómicas del Espíritu, de los ministros y las potestades del Reino Inubicable, y el cual fidesómetro consiste en un aparato muy parecido a un termómetro doméstico, salvo por la coloración azul de Prusia de la aurora prímax del líquido reactivo, y por su tamaño proporcional al fenómeno que mide, hecho que lo haría inmanejable en la tierra hasta para alguien como el Gigante Anselmo. Y es que el Gigante Anselmo, que murió de amor por una de las enanas del circo Barnum Bros. & Ringley durante la exhibición mundial de Ámsterdam, podría cargar, digamos, con un termómetro o un fidesómetro del tamaño de un poste del tendido eléctrico, pero no habría podido jamás ni él ni varios Gigantes Anselmos juntos cargar con un fidesómetro del tamaño de un jumbo jet en el que las ventanillas de la derecha marcan grados Celsius y las de la izquierda grados Fahrenheit, mientras que en la cabina, no a la izquierda ni a la derecha, sino en el centro justo, arquitectónico, ergonómico y necesario de un modo total, como habría preferido Léibniz, está el Incontenible enviando generaciones enteras de ángeles desamorados y de potestades hipócritas en misiones reconstitutivas y de terapia a los desiertos de sus mundos más inhóspitos, Gregorio VII, diecinueve grados, a predicarle a las sabandijas transparentes del desierto de Atacama, Maimónides Laertes, degenerado, dieciséis grados, con lo que me costó enseñarte el Arte Real para que me pagues con tan poquita fe, te me vas a la llama a las ergástulas convexas de Ervion, en el polo norte de Saturno, a infestar de evangelios las colinas de gases incrédulos y tierras raras del verano color de la zanahoria que te voy a recetar en cuanto llegues a los contrafuertes naturales de los anillos interiores, Azrael, qué cruel eres hijo mío, dieciocho grados para mí que te di los instrumentos del caos y la desdicha, te he de ver en las Asambleas, en los Foros de las Naciones obedeciendo sin consuelo al que reparte las órdenes interventivas, para pronunciar a tu turno y modosito como un querubín de cachetes celulíticos tu convicción, pero qué digo tu convicción, tu fe, de que la armonía y el progreso del universo están garantizados gracias a las rogativas e imploraciones y al trabajo (por aquello de que a dios rogando —por adelante— y con el mazo dando —por atrás—) de aquellos hombres visionarios que atienden las necesidades de la materia y del intelecto en los escenarios de la buena conciencia, todo para mayor gracia y regocijo Mío, o sea del Impertérrito, ah, pero tú, tú, mi Inefable y Pluscuamperfecto Armilius, mi Antiyó que me hace casi más Yo o tanto Yo como Yo mismo, mi querido cuanto incomprendido y calumniado Anticristo, veinte grados, fiebre máxima rigor virtus de fe, quédate junto a mí para gobernar los vectores inútiles y las derivadas inconstantes de mi reino carnavalesco y perpetuar así la ley de continuidad de la materia, que se desliza en ondas de hidrógeno y polvo cósmico hacia la nada esencial y caprichosa, así es de misteriosa en su falta de propósito, la muy puta.
Hay que decir que antes de aplicar el fidesómetro a sus ángeles y arcángeles, querubines y potestades, ministros y emanaciones autonómicas, el Impasible se llena de ternura y tomando a Melecimut de cada una de sus veinte manos lo presenta ante los convidados y sin decir agua va, sin prevención alguna, en medio de alguna de sus elucubraciones secretas, pregunta en un tono muy rosa algo así como, “¿No es cierto que es bello mi pequeño?” Allí los quería ver, dijo la última vez Callufer, el diablo sin ojos que gobierna las sentinas de aceite hirviendo de las vírgenes torturadas del sexto infierno, según la nomenclatura Dante, en vigor en este hemisferio gracias a una cruz y a una espada. Allí los quería ver, dijo también Grammaferus, el demonio acuoso y penetrante que infesta de babosas corrosivas la carne lúbrica y tierna de las orquídeas y produce la propensión a pecar contra natura en los parques. Y allí los quería ver, dijo Él mismo, el Impostergable, y es que Él esperaba con toda premeditación y cálculo quántico, rectilíneo y uniforme, una respuesta del orden de “Sí, es bello e Inmarcesible, como todo lo que emana de Tu Grandeza.” Pero como todo lo que escuchó con su ubicuo oído fue un murmullo de asombro e incredulidad y reconvenciones para que alguien dijera que sí, anda, no te quedes callado, di algo, idiota, el Irascible pensó que era una buena hora para aplicar el fidesómetro, tanta libertad los ha vuelto disolutos, levantiscos, díscolos y flojos, a mí me van a faltar, cabrones, les advirtió.
Para aclarar un poco tanto barullo, a la mejor sea bueno mencionar que Melecimut es un caso especial de fealdad funcional. Ya decíamos al principio que es feo de un modo premeditado, como premeditado es todo cuanto ha creado la Voluntad del Incuestionable. Baste un ejemplo, aunque es un poco difícil ejemplificar en estos casos. Decir, para el ejemplo, que Melecimut tiene veinte manos, con todo y ser verdad, no nos deja ver la atrocidad del hecho. Y es que Melecimut tiene, en efecto, veinte manos. No son muchas si bien se lo ve, y existen precedentes armoniosos del síndrome de multimembrasuperioris, como Siva (¿o es Visnú?) en el Panteón hindú y como Xalantuétl (¿o es la Virgen de los Puñales?) en el Panteón zapoteca. Existe la leyenda, poco conocida por lo demás, de una modosa chica llamada Tecla, Santa certificada durante algunos papados, a quien en vida le decían La Manuda o, ya con mucha mala leche, la Mujer de las tres manos. Decir que Melecimut tiene veinte manos, entonces, no nos dice que no son diez pares de manos, ni que hay manos impares y huérfanas, como tampoco nos dice que no todas las manos tienen el mismo número de apéndices: hay cuando menos una, ubicada según la leyenda árgens en la tercera vértebra cervical y según Teofrastro en el Muégano de Almuñecar, que tiene 212 dedos, uno por cada hueso chico o grande, evidente como un pómulo o un cúbito, o escondido, como los tres huesecillos del oído medio, yunque, martillo y estribo, que son, precisamente, los que elevan a 212 capicúa y divino la cifra de 206 con la que se conforman los hombres, cifra secreta de huesos con los que el Indiferenciable dotó al homo sapiens. No hagan caso de los manuales de anatomía, cosa diabólica. Hay cuando menos otra que no tiene ni un solo dedo, si no que está dotada de un muñón con terminales succionantes, como una sanguijuela, y que sin embargo califica como mano debido a la composición fragmentada en metatarsos y falanges de su glóbulo superior y por el hecho de que sus pedúnculos absorbentes tienen una formación callosa en su extremo frontal, algo así como una uña para que Drácula se rasque las encías. Hay cuando menos otras dos que, esas sí, son manos comunes y corrientes. Ambas forman una pareja opuesta y complementaria, que le sirven a Melecimut para subir las escaleras que usa para pintar la cúpula del cielo, tomar café y saludar a los amigos, para leer los diarios tamaño tabloide en la incomodidad de los autobuses y los trenes, rascarse a manos llenas y para dar los abrazos de obligación en el país del fin del tiempo recobrado.
Resulta muy claro para todos los celesteños y para los teósofos y exegetas que se trata, cuando aparece Melecimut, de una prueba de fe. ¿A dónde iremos a parar con pruebas tan duras y rigurosas? Basta imaginar lo que sucede cuando Melecimut es enviado a la tierra a cumplir una tarea menos protocolaria, digamos, a escribir los veinte mil tomos del libro sagrado de los tibetanos, o a dirigir el tráfico de la Quinta Avenida esquina con Madison. Basta con ponerse en su lugar por unas horas para sentir que las dudas crecen entre nuestros omoplatos como apéndices de perdición y pecado.
Estas últimas seiscientas veinticuatro semanas he estado haciendo el experimento de colocarme en el pellejo de Melecimut y, créanme, es en verdad desalentador, como un catarro obsceno que vuelve evidentes los tejidos pútridos y carbonizados de los pulmones. Es desalentador también experimentar los ojos de la gente como pavesas de rayo láser sobre un alma con tantas deformidades como el Inderivable nos dio. Es difícil conservar la fe, como le pasara a Job o al Apóstol Tomás, es difícil promoverla, como le pasó a Moisés el Egipcio o a Saulo de Tarso, es difícil explicarla, como les pasó a Barush Spinoza y a Plotino el africano. Es más difícil aún creer en la propia fe y en la inmortalidad precaria de un abrazo. Es casi imposible no alimentar dudas sobre la posible demencia del Incontable, y la duda mata, amigos, lo juro, la duda mata.
Es por eso duro cumplir con la desquiciada misión que nos asignó el Inintegrable. Es duro dar testimonio ante los amigos y los desconocidos repulsivos de que el mundo ha pasado por nuestra ventana. Es duro, sí, pero necesario decir que yo lo vi. Desde mi exilio en este planeta, desde mi ventana que mira al verano poniente, yo lo vi. Va herido. Es un señor muy gordo —vaya con la novedad—, que viaja en un monociclo del tamaño de un dedal. Viste un traje negro, de lino, un sombrero hongo y un bigotito Arsenio Lupin, al mejor estilo de la Belle Epoque. Yo vi su lengua verde y naranja, herida. Yo vi sus labios de esparto disimulados por un rímel del color preferido por Marlene Dietrich, o sea carmesí de Venecia. Yo vi sus manos infladas por los males hepáticos, temblorosas como las de un boxeador retirado en su fama cuadrangular. Yo vi su espinazo oblongo y lleno de pústulas que denuncian con su tufo sanguinolento y su color de cadaverina el paso de la peste humana. Yo vi sus valles mancillados de orines nucleares, sus colinas tiernas como pechos de muchacha heridos por el cáncer y el desdén. Pero era bello y azul de promesas y cabriolas en la arena y piscuchas sobre las olas como un cielo de Kandinsky. El también me vio. «Y tú, ¿quién eres, insensato?», fue su pregunta. «Soy tu hijo», le respondí, y mentiría si no dijera que había en mi respuesta un dejo esperanzado que buscaba la simpatía de su asombro. «Eso no tiene nada de extraordinario», dijo en un tono indiferente y sin afectaciones. «Lo mío es crear». Y luego me preguntó: « ¿Qué es lo tuyo?» Hubiera querido responderle que lo mío también era crear, pero vi sus obras, pensé en las mías, y preferí callar.
El mundo hizo una pirueta en su monociclo, volvió su mirada hacia la izquierda para no chocar con la carreta a vela de la veleidosa Venus y luego a la derecha para no atropellarse contra el carro de guerra de Marte, viró a la izquierda y se marchó, diciendo adiós con un gesto formal del brazo más dolido. Suerte que no me vio diciéndole adiós con mis manitas, adiós adiós, mundo cruel, le decía yo con diecinueve de mis manitas, y es que con la otra me secaba estas lágrimas que el Inclaudicable me dio para las horas solemnes.
Otoño 2000
Lo que el viento se llevó
La teoría de los sentimientos morales de Adam Smith
Alianza Editorial, Madrid, 1997
Miguel Huezo Mixco
La extendida idea de considerar a Adam Smith (1723-1790) como el padre del “capitalismo salvaje”, gobernado por un mercado egoísta, no le hace justicia. Smith mismo, si viviera, estaría en desacuerdo con el estereotipo. En efecto, antes de La riqueza de las naciones, el Corán de los neoliberales, publicó su Teoría de los sentimientos morales, resultado del curso de filosofía moral que impartió por años en la Universidad de Glasgow.
Fino retrato del alma humana y manual de sugerencias prácticas, el libro tiene más de 600 páginas. Vale la pena acometer su lectura íntegra; pero si se lee a saltos se obtendrá un rico breviario de citas citables, como la que dice que la disposición a admirar a los ricos y poderosos es “la mayor y más extendida causa de corrupción de nuestros sentimientos morales”.
Panorama del cuento de escritoras costarricenses
Mayra Barraza
El Dr. Willy Muñoz, de origen boliviano y catedrático de literatura hispanoamericana contemporánea expuso en la UCA, y ante un pequeño publico, el panorama completo de las principales voces y ejes temáticos del cuento costarricense. Su conferencia dio inicio con Rafaela Contreras de Darío(1869-1891), Carmen Lira (de las primeras escritoras activas políticamente) y Yolanda Oreamuno quien superara “el costrumbrismo endémico”; para luego destacar a escritoras contemporáneas como Miriam Bustos y Giovanna Giglione que abordan directamente temas de género, sexualidad y sicología doméstica. Además, hizo un breve recuento de las escritoras salvadoreñas que considera se distinguen en la actualidad por su calidad literaria y voz propia, mencionando a Claudia Hernández, Jacinta Escudos y Jennifer Valiente. El Dr. Muñoz es autor de Antología de cuentistas salvadoreñas (UCA Editores 2004), y Polifonía de la marginalidad: la narrativa de escritoras latinoamericanas (1999) entre varios títulos publicados.
Salvadoreña: Cartelera cultural
CINE ESPAÑOL. Goya en Burdeos del director Vicente Aranda. Vi 1, 6pm, CCE.
DOCUMENTAL. La pelota vasca. La piel contra la piedra (España, 2003) de Julio Medem. Vi 1, 6pm, ICAS-UCA.
HISTORIA – Exposición. Planos antiguos de ciudades hispanoamericanas. Inaug Sab 2, 10am, Casa de las Academias.
TANGO – Concierto. Arde Troya con Linda Avellanada, Pablo Mainetti y la Orquesta Sinfónica Juvenil de El Salvador. Sab 2, 5:30pm, Teatro de Santa Ana.
HISTORIA – Conferencia. El urbanismo en las indias. San Salvador en Ciudad Vieja por Roberto Gallardo y Pedro A. Escalante Arce. Sab 2, 10am, Casa de las Academias.
SINFONICA – Concierto. Sinfonía No. 5 de Shostakovich, La historia de siempre de Mario Cesa (Italia) y Concierto para piano y orquesta de Lizst, con Roswith Lhmer - solista (Alemania), German Cáceres – director, y la Orquesta Sinfónica de El Salvador. Mi 6 y Ju 7, 7pm, TPresidente.
DIBUJO - Conferencia. Dibujo Contemporáneo: Película de acción (para todo publico) por Mayra Barraza, comentarios Giovanni Gil. Ju 7, 6:30pm, CCE.
CINE ESPAÑOL. Juana la loca del director Alex de la Iglesia. Vi 8, 6pm, CCE.
PINTURA – Conferencia. La Plástica: Técnicas tradicionales vs tendencias contemporáneas por Carlos Párraga. Ma 12, 6:30pm, MUNA.
TEATRO – Conferencia. El estilo en el teatro por Roberto Salomón. Ma 12, 4pm, MARTE.
FOTOGRAFIA– Exposición. La vuelta al mundo en la mirada de Kim Manresa, Inaug Ma 12, 6:30pm, CCE. Estará presente el fotografo.
TEATRO - XIII Festival Centroamericano de Teatro. *Cartas al pie de un árbol, Teatro Mexicali a Secas (México), Vi 1 - Dom 3, TLPoma. *Omstrab, Teatro Omstrab (Brasil), Sab 2 y Dom 3, TPresidente. *Los ritos del retorno, Teatro Tierra (Colombia) Dom 3- Ma 5, MUNA. *El médico a palos, Teatro Estudio (El Salvador), Lu 4 y Ma 5, TLPoma. *La cantante calva, Teatro Bambú (Honduras), Lu 4 y Ma 5, TPresidente. *Ex, Teatro Net (Costa Rica), Mi 6 y Ju 7, TLPoma. *Ivonne, Teatro Abya Yala (Costa Rica), Mi 6 y Ju 7, MUNA. * El enano, Teatro Tierra (Colombia), Vi 8 – Dom 10, TLPoma. *Paredes de brillo tímido, Diquis Tiquis (Costa Rica), Sab 9 y Dom 10, TPresidente. +info: 22742424, artteatro@amnetsal.com
Al infinito y más allá: Enlaces de interés
Como complemento a los textos sobre el tigre, las obras de Licry Bicard.
Milan Kundera hace muecas a lo provincial y sus agelastos.
">Premio a Regina Galindo, artista guatemalteca, en la ultima Bienal de Venecia.
7. Voces
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