La mirada sexual en el arte salvadoreño
Jorge Palomo
SAL
El cuerpo humano, los cuerpos de la gente, la inquietante presencia del otro, de la otra, esa materia armoniosa y viva en la que pulsa el deseo, en la que eros se revela y nos hace despertar a la antigua llamada del apareamiento, del juego sagrado en el que dos espíritus se encuentran bajo los auspicios de la carne, y al que hemos hecho imagen de todos nuestros fantasmas, de todas nuestras perversiones. Tentación para el ojo penetrante del pintor, excusa para ser feliz en la sublimación de un lienzo en el que el amor será posible. De eso nos conversa Jorge Palomo, artista y curador independiente, director de programación del Museo de Arte de El Salvador (2004-2006) y autor entre otras publicaciones de “Realidades y Expresiones. Tendencias en la Pintura Salvadoreña (1970-1995)”. CM
Cualquier alumno de Bellas Artes que ha tenido que dibujar (o pintar) partiendo de un modelo desnudo es instruido en anatomía, línea, proporción, contornos, etc. Al mismo tiempo, ese alumno carece de instrucciones por parte de sus profesores en cuanto a como reaccionar frente a ese cuerpo sin ropas. Las señales subliminales son claras; el alumno debe concentrarse completamente en la técnica que está aprendiendo y obviar sus sentimientos, sean estos de atracción, repulsión, deseo, o morbo. La ironía es que dentro del mismo canon moderno encontramos centenares de obras que deben su valor artístico precisamente a la carga erótica entre artista y modelo. Pasamos de un ejercicio académico-técnico a una mirada intencional que reconoce la posición sexual del sujeto (el artista) y su objeto (el modelo).
Aunque el hecho de ver a otros humanos como objetos (la representación del desnudo) ha sido ampliamente criticado a lo largo de la historia del arte, no podemos negar la importancia del impulso erótico dentro la vida de cada sujeto. A medida que la revolución sexual de los cincuentas y sesentas se arraigó en la vida cotidiana universal, el tema de la sexualidad en sí se ha discutido más abiertamente y se ha representado en diversas y divergentes maneras.
En el caso de las artes plásticas de El Salvador, existe bastante obra cuyo tema central es el desnudo “clásico” o donde este se convierte en una herramienta de representación narrativa. Este artículo no se trata de ellos. Muy diferente a esos usos del desnudo son las piezas donde el artista revela su atracción, a veces adrede, otras veces de manera subconsciente. Justamente se ha criticado a algunos de ellos de ocupar algunos de los temas centrales en su obra como excusa para disfrazar el interés principal de su autor, la atracción o deseo por el/la otro/a.
Entre los primeros artistas salvadoreños del siglo XX no es nada raro ver escenas costumbristas de mujeres indígenas desnudas bañándose en algún riachuelo. Aunque estas fueron escenas de la vida cotidiana nacional en el pasado, no podemos obviar el deleite visual que este tipo de escena proporcionaba para artistas como José Mejía Vides o Luis Ángel Salinas, quienes pintaron este tipo de escena en múltiples ocasiones. (Fig. 1) Existen decenas de dibujos, acuarelas y grabados por Mejía Vides de indígenas desnudas en poses seductoras. De igual manera, existen reproducciones de la obra costumbrista de Luis Alfredo Cáceres Madrid donde los pezones de las indígenas son plenamente visibles a través de sus ropas, o donde el desnudo se ocupa como alegoría sobre un torso gigante de mujer, metáfora de tierra y fertilidad. Entre las obras más interesantes de esta primera generación de artistas debo mencionar a Salarrué (Salvador Salazar Arrué). Dentro de los diversos estilos y temas plasmados por el artista y escritor se encuentran sus “monstruos,” entidades imaginarias flotantes a veces formadas por piezas de diversos animales, las cuales se convierten en una especie de examen de Rorschach para el espectador, pero que a menudo retienen una semejanza a genitales femeninos así como títulos sugerentes.
Entre los artistas graduados de la Academia de Valero Lecha, tenemos a dos importantes artistas que hacen uso de esa mirada erótica, desafiando la presunción heterosexual. Uno de ellos, Ernesto “San” Avilés, lo haría como tema central de su obra; la otra, Julia Díaz, lo haría de manera menos frecuente. Interesantemente, ocuparon estilos completamente opuestos.
La obra de San Avilés, por un lado, tiene como tema central el desnudo masculino, a menudo en contextos religiosos (Ej. San Sebastián), yuxtapuesto con frutas, moscas o sudarios. El uso del recorte (“cropping” en inglés) de la figura guía la mirada del espectador hacia diversas partes del cuerpo, como son sus series de “retratos” que ocupan solo manos, pies, o lugares corporales con vello. Este recorte intensifica la calidad de objeto del cuerpo, erotizándolo. San Avilés también desarrolló toda una serie de miniaturas con parejas en actos sexuales en espacios arquitectónicos orientalistas; así como series de dibujos y pinturas que erotizan los uniformes de toreros y deportistas, signos de la masculinidad. El estilo realista, detallado y minucioso ocupado por San Avilés nos indica que su visión reposó sobre su modelo por largos momentos, y pone al espectador en la misma posición de voyeur. Su temática y estilo se convirtieron en referente para varios artistas posteriores.
En contraste, la obra de Julia Díaz generalmente representa retratos de mujeres, maternidades y niños. Rara vez se pregunta… ¿por qué retrató a tanta mujer y tanto niño? Rara vez se menciona en su destacada biografía que sus relaciones más duraderas fueron con mujeres y que nunca tuvo hijos. Considero su obra maestra el retrato Mujer en el cual vemos a una señorita en sostén con un bulto sobre su cabeza, en el cual podemos ver la forma trasera y piernas de otra mujer. La simple representación de ese sostén revela más de su autora que lo que pudiera esconder el sostén de la modelo retratada. Además, en una pieza rara vez exhibida, podemos apreciar a dos mujeres desnudas reposando íntimamente. El estilo maduro de Díaz es una figuración expresionista y algo abstracta, el cual lleva una carga emocional en el trazo de su pincel, comunicando un mensaje erótico a través de un estilo coherente con el sentir.
El conflicto armado y la pos-guerra trajo un auge en la representación del desnudo; por un lado, debido al estilo neo-figurativo en boga a lo largo de Latinoamérica, y por el otro, al auge de un realismo “clásico” del desnudo que tuvo buena demanda comercial durante la década de los noventas.
De particular interés durante esta época es la obra de Antonio Bonilla. Aunque su obra a menudo hace uso de representaciones sexuales explícitas, estas generalmente obedecen a un narrativo crítico sobre la doble moral. Es decir, las imágenes son burlonas y chocantes. Como consecuencia, el humor implícito desarma la carga erótica de las representaciones.
Uno de los principales exponentes salvadoreños de pintura con contenido erótico fue el recién fallecido Antonio García Ponce. Dentro de su insistencia de representar a los personajes marginales de la sociedad en sus obras, realizó varios lienzos en serie de retratos de prostitutas, así como de amantes en momentos posteriores al acto sexual. Durante este mismo período, pero de manera más personal y metafórica, la obra pictórica de César Menéndez muestra desnudos en contextos circenses que ocupan signos de la sexualidad como son los trapecios (sugerentes del movimiento pélvico), cerraduras (invitaciones a echar una ojeada), caballos (metáforas del libido en términos freudianos) y camas. Dentro de la rama de la escultura, la obra de la década de los noventa de Enrique Salaverría se limita casi exclusivamente a desnudos femeninos. Dos series en particular, Torsos y Mujeres con pájaros, así como su obra más reciente muestra una objetivación del cuerpo femenino, a menudo eliminando detalles de pies, manos o rostros, en poses sugerentes y ocupando metáforas fálicas como son los pájaros.
Dentro de la generación de artistas contemporáneos, el uso de imágenes eróticas se aprecia en las obras de Luis Lazo Chaparro, Mayra Barraza, Walterio Iraheta, Sonia Melara y Teyo Orellana. La mayoría de ellos ocupan la apropiación de otras imágenes en su obra.
Mucha de la obra temprana de Walterio Iraheta, tanto en dibujos como pinturas y collages, presenta temas de la sexualidad y las relaciones íntimas sin representar el acto en sí. Notablemente, muchas de estas parejas son del mismo sexo. Comparte por ende el tema con García Ponce y Menéndez.
Una de las primeras representaciones erotizadas del cuerpo masculino por una mujer artista es la serie “Pasión de la ciudad oculta” de Mayra Barraza. A diferencia de los “tipos” clásicos o árabes pintados por San Avilés, los personajes de Barraza son netamente mestizos y urbanos, erotizando no solo el cuerpo, sino la raza y la clase.
Luis Lazo Chaparro, alumno de Rosa Mena Valenzuela, incorpora temas religiosos en su obra, pero con una mirada seductora. Parte de ella continúa el legado temático de San Avilés, pero utiliza un estilo derivado de cánones barrocos con una pincelada sensual y una gama de colores brillantes. Ángeles -representaciones del mismo dios Eros en su traducción cristiana- son apropiados de los grandes maestros renacentistas o barrocos en poses sensuales. Incluso los ignudi
En un estilo más realista, Sonia Melara tiene una larga trayectoria de ocupar el desnudo, tanto masculino como femenino, de manera erótica. De igual manera que Lazo, Melara apropia las figuras representadas en su obra, pero no pertenecen al registro de la historia del arte; más bien provienen, en su mayoría, de la pornografía gay masculina. Personajes de la mitología greco-romana como Aquiles o Ganímedes se ven representados como “muscu-locas” encuerados y sobre dotados. Cristos y santos en composiciones barrocas con cuerpos de modelos de la industria “adulta” nos invitan a cuestionar las representaciones religiosas a las cuales estamos acostumbrados a apreciar, obviando su carga erótica dentro del contexto religioso. Melara hace una obra crítica donde la posición sexual del sujeto se problematiza y se desliza precisamente porque juega con la presunción de la mirada. Tiene la distinción (o la infamia) de ser una de los únicos artistas salvadoreños que ha tenido que cerrar una exposición por amenazas a la galería que exhibió su obra.
En el campo de la fotografía, resalta la obra de Teyo Orellana. Sus fotografías de mujeres corpulentas literalmente atadas comenzaron como metáfora de los cánones restrictivos de belleza impuestos por la sociedad. A través de los años, estas mujeres se han liberado de esos lazos, asumiendo el rol de seductoras . Esta reivindicación del objeto convertido en sujeto es problemático porque al mismo tiempo demuestra el fetiche del artista.
Aunque son varios los y las artistas nacionales que han incursionado dentro del tema erótico, generalmente las representaciones han guardado bastante pudor; debido en gran parte a la presión (o censura) de las instituciones que exhiben y comercializan arte. Varios de ellos han tenido que ocupar símbolos o signos metafóricos para velar el contenido más morboso dentro de sus obras. No es de sorprenderse que varios de ellos han logrado exhibir su obra en el extranjero, donde existe más demanda para este tipo de representación.
LISTADO DE DIAPOSITIVAS:
Fig. 1. José Mejía Vides, Bañista.
Fig. 2. José Mejía Vides, Sin título.
Fig. 3. Luis Alfredo Cáceres Madrid, Aguadoras.
Fig. 4. Salvador Salazar Arrué (Salarrué), Vilano rojo.
Fig. 5. Ernesto “San” Avilés, Retrato.
Fig. 6. Julia Díaz, Mujer, 1976, Colección Museo Forma.
Fig. 7. Julia Díaz, Sin título, 1958.
Fig. 8. Antonio Bonilla, El nudo, 1994, Colección Museo de Arte Latinoamericano, Long Beach.
Fig. 9. Antonio García Ponce, Motel, 2008.
Fig. 10. César Menéndez, El destino en verde, 1995, Colección Patronato Pro Patrimonio Cultural.
Fig. 11. Enrique Salaverría, Mujer con pájaros No. 4, 1996.
Fig. 12. Mayra Barraza, La fuerza del destino, 1997.
Fig. 13. Luis Lazo, de la serie Estudios miguelangelescos, 2006.
Fig. 14. Sonia Melara, Crucifijo, 1998.
Fig. 15. Walterio Iraheta, El encuentro con línea verde, 1993.
Fig. 16. Teyo Orellana, Sin título.