21 sept 2009

Lo que el viento se llevó: Ámparo Marroquín

Una reflexión aquí y otra allá

Diálogo inconcluso con el nuevo libro de Miguel Huezo Mixco

Ámparo Marroquin / SAL

Reseña sobre la última publicación del intelectual Miguel Huezo Mixco “Un pie aquí y otro allá” que aborda la migración desde una perspectiva cultural.


El martes 14 de julio, el Centro Cultural de España presentó dos investigaciones donde se reflexiona sobre el impacto de las migraciones en la realidad cultural. Una de ellas, la del escritor salvadoreño Miguel Huezo Mixco, tomó la forma de un libro: Un pie aquí y otro allá. Los migrantes y la crisis de la identidad salvadoreña. Este libro me resulta fundamental desde dos ámbitos.

Primero, por la posibilidad de una reflexión prolongada. George Steiner ha escrito por ahí que, en nuestras sociedades, la alucinante velocidad con la que vivimos no nos permite dejar que las ideas maduren y envejezcan de la manera adecuada. La apuesta (no necesariamente conciente) por la velocidad nos ha llevado, sostiene, a buscar “un impacto máximo y una obsolescencia instantánea”. Y en este sentido, el libro de Miguel no es el resultado de una reflexión momentánea o de una agenda impuesta por un proyecto. Nace de un diálogo que lleva ya varios años. En 1995, Miguel señalaba que “la política se ha constituido en el factor más dinámico del fenómeno cultural salvadoreño, y ha llegado a invadir hasta la perversión ese proyecto colectivo –la cultura nacional-”. Desde estas afirmaciones, hace quince años, Miguel se preguntaba y nos preguntaba qué estaba sucediendo con la cultura nacional y cómo la veníamos constituyendo. Nombrar que ese país que imaginábamos no se contenía en las fronteras y que la idea de nación se nos desmoronaba de las manos tomó tiempo y múltiples discusiones. Este libro ha recorrido pues un largo camino de diálogos y consultas, investigaciones y ejercicios de creatividad para llegar a constituirse en un mapa de lo que vivimos: una nación con un pie aquí y el otro allá. Una nación que no puede pensarse desde los centros, sino más bien desde las fronteras, desde los bordes.

Este libro, además, no tiene una pretensión de totalidad. Es una aproximación, dice su autor, un vistazo a uno de los cruces más complejos y menos visitados en los últimos años: migración y cultura. Mucho se ha discutido sobre las migraciones y, en especial, el tema las remesas. Mucho se ha dicho en relación con su capacidad de recuperación de territorios marginados y de inversión para el desarrollo. Se ha apelado a ejemplos como los de México o se señalan las políticas seguidas por Ecuador. Poco se ha discutido de qué manera, como sociedad, nuestra identidad se ha construido desde una visión migrante. Así andamos, dice el poeta Kijadurías, “otra vez clavando, desclavando” esas cajas con los últimos despojos del país que nos vio salir, y así seguimos.

El libro consta de seis capítulos que menciono de manera muy breve pues no es mi intención ofrecer un resumen del libro, sino señalar sus virtudes, sus provocaciones y esos diálogos que todavía debemos continuar. El primero, la anunciada tormenta, señala de manera rápida cómo los efectos de la crisis económica mundial se hacen sentir en las remesas, y cómo esto contiene a su vez un ámbito simbólico no explorado, pues las remesas no son solo el sostén de muchas familias, sino representan además la presencia de aquellos que no están. Si las remesas dejan de venir, ¿nos avecinamos a nuevos procesos de fractura de las redes sociales ya tan frágiles? El segundo capítulo trabaja la construcción de la nación y el papel que la migración ha jugado en dicho proceso. Una revisión histórica nos pone en perspectiva las migraciones y también la relación que nuestro territorio ha sostenido con otras naciones, como Estados Unidos. En este ámbito Huezo Mixco habla de la crisis de lo salvadoreño. El tercer capítulo hace una somera revisión sobre ciertos discursos que se han construido en torno a los migrantes por parte de distintos sectores de la sociedad salvadoreña a partir de una serie de grupos de discusión que se llevaron a cabo en 2005, ahí se destacan ámbitos positivos y negativos de la influencia de los migrantes. El capítulo siguiente, economía de los vínculos, hace un recuento detallado que permite la discusión de los rubros que se impulsan gracias a la migración: el transporte aéreo, las telecomunicaciones, el turismo y el consumo nostálgico como ámbitos que no pueden ser pensados sin los salvadoreños que desde fuera, invierten buena parte de su dinero en estos servicios. El quinto capítulo es un ámbito fundamental que tiene que ver con la manera como el arte ha construido un discurso y una reflexión sobre las migraciones. El recuadro sobre los graffitis o placas, titulado En un lugar de la mancha, recoge el arte urbano y la reflexión que se construye desde la mirada de los nuevos jóvenes que hablan en las paredes y discuten en hip-hop. El último capítulo cruza la también urgente reflexión sobre políticas culturales y ciudadanías culturales, procesos de inclusión y apuestas de nación.

¿Qué me queda de este libro que ando conmigo y discuto ya con mis estudiantes? Primero, para decirlo con el filósofo colombiano Jesús Martín Barbero, me queda que “la cultura es menos el paisaje que vemos, que la mirada con que la vemos”. Quizá por esto, Miguel nos presenta miradas, caminos recorridos, bordes, fronteras, sueños, miedos, disgustos, sabores. La migración ha cambiado nuestros paisajes económico, urbano, social, tecnológico, geográfico, pero sobre todo ha cambiado la mirada con la que nos aproximamos a estos muchos paisajes. Este libro está lleno de miradas.

Este libro, además, parte de una definición lo suficientemente amplia de cultura como para que quepan muchas voces, pero lo suficientemente acotada como para permitirnos comprender el aporte de los procesos simbólicos. Llevo apenas diez años intentando construir un mapa sobre los procesos culturales y en este camino me he topado con dos trampas en mi reflexión: una es pensar que la cultura es todo, entonces el pensamiento se diluye tanto que un libro sobre migración y cultura no se diferencia de un libro sobre deportaciones o economía familiar de las remesas. Miguel, como Clifford Geertz y tantos otros, se sitúa para pensar la cultura desde el ámbito de lo simbólico. La segunda trampa es reducir el concepto de cultura a la visión moderna que nos viene de Kant y la Ilustración, la cultura es la trascedencia, las bellas artes. Pensar la cultura desde los artistas, pero también desde los sectores populares y sobre todo, desde la vida cotidiana y desde lo ordinario (como señaló Raymond Williams) es una apuesta política clave para que la reflexión sobre lo cultural tenga sentido.

La tercera herencia de Miguel en este libro ha sido traerme de nuevo a la discusión sobre cómo construimos el otro. Las y los migrantes han sido muchas veces invisibilizados, pero la historia de nuestra sociedad, y eso se muestra en el análisis de larga duración de la primera parte del texto, se construye con una larga fila de exclusiones. ¿Quién dijo que lo normal era vivir siempre en un solo lugar? Las y los salvadoreños vivimos migrando y la transgresión se ha convertido en norma, en identidad, en marca de agua desde la cual nos identificamos cuando andamos errantes por años y años, como ya decía Pedro Geoffroy Rivas.

Este libro es un diálogo inconcluso, todavía me falta que Miguel y otras muchas personas, de las que investigan estos temas, nos cuenten por qué los indígenas, tan móviles también pero tan anclados en sus raíces miran con desconfianza estas señales de fuga de identidad. Me falta discutir más los procesos de ciudadanía, y el papel de los medios en la construcción y legitimación de estas identidades. Falta discutir si esto que llamamos crisis de la identidad no es más que su constante movimiento y una de las muchas variaciones que ensayamos. Parece que la identidad solo es una foto fija en los libros de historia que revisábamos en la secundaria. Falta… ir de nuevo al libro de Miguel, y revisar quiénes pensamos que fuimos, desde dónde nos construimos y cómo, si miramos hacia abajo, veremos que todavía seguimos “con un pie aquí y otro allá”.