9 mar 2010

Lo que el viento se llevó: Alfonso Kijadurías

Guardián de las palabras

Alfonso Kijadurías / SAL

Discurso del poeta Alfonso Kijadurías al recibir el Premio Nacional de Cultura 2009 de El Salvador.



Comienzo primero por dar las gracias, una palabra común en todos los hombres que en diferentes épocas y lugares la han pronunciado con reverencia y humildad. Es la misma gracia que concede Dios a los hombres para salvarlos del error y la muerte. Es de igual manera el perdón, indulto, favor y beneficio, así como el don de saber expresarse a través de las diferentes expresiones del arte o de la ciencia, también el gesto que evidencia claridad espiritual. Todo aquel que ha sido merecedor de la gracia, el agraciado, sino tiene la soberbia como escudo, da las gracias. Eso es precisamente lo que yo manifiesto en este instante con estas palabras, que espero puedan a través de ellas descubrir cada uno de ustedes la mezcla de temor, reverencia y asombro que me invade. He aceptado para la poesía el reconocimiento que aquí se le rinde, ya que la poesía no recibe honores a menudo, sobre todo en esta época donde la disociación entre la obra poética y la actividad de una sociedad sometida a las servidumbres materiales pareciera ir, como nunca antes, en aumento. Ya se trate del sabio o del poeta, lo que aquí se honra es la imaginación. La poesía siempre ha sido el poder y la renovación que desplaza los límites. El amor es su patria, la insumisión su ley, y su lugar está siempre en la anticipación. La poesía nada espera sin embargo de las ventajas del momento. Atada a su propio destino y libre de toda ideología, se reconoce igual a la vida misma, que nada tiene que justificar de sí misma.


Doy gracias a la Universidad José Simeón Cañas, al jurado y a los poetas hermanos por concederme el honor de restituir este homenaje a la poesía, es decir mucho más que a los libros que he escrito, parodiando a Borges, a los libros que he leído, a los autores de esos libros que me han acompañado y siguen acompañando, y bajo cuya poderosa influencia han determinado un estilo, una manera de escribir y aún de guardar silencio, partiendo de que todo poema tiene como origen el silencio. El mejor homenaje para un poeta, para un escritor es que sus libros sean leídos, ganen el fervor de sus lectores. Sin los nombres de Salarrué, Claudia Lars, Italo López Vallecillos, Roque Dalton, y Roberto Armijo, así como los nombres universales de Ruben Darío, Cesar Vallejo, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, y otros poetas de diferentes regiones y diferentes lenguas, mi obra poética no hubiera sido posible. No creo, tener un dominio absoluto sobre el lenguaje, por un lado la palabra dominar por su rigor militar no forma parte de mi léxico, pero en ultimadas circunstancias preferiría decir que soy dominado por las palabras y que me dejo ir con ellas hacia donde ellas me lleven. Siempre ante la página blanca siento la duda y el temor del principiante. Todo libro es un diálogo con las deudas que uno tiene con las voces que le ayudan a vivir. Con el correr de los años y a medida que los poemas o los cuentos han salido de mi cabeza, he llegado a la certeza de que ni el esfuerzo ni la disciplina ni la convicción lo salvan a uno del error, también de que se puede fracasar y tener éxito al mismo tiempo, y que estas dos palabras no son sino rostros de una misma moneda. El poeta escribe para desaparecer en cada libro, fiel a sus guardianes, el gozo y la invisibilidad. La celebridad y el olvido son hermanos gemelos. La vida coge un sendero, la obra otro. A veces las obras se acaban antes que la vida y dejan de recibir atención. Y el que tuvo reconocimiento ahora continúa trabajando en el olvido. De esa paradoja ningún artista, ningún ser humano se escapa.

La poesía es un rasgo que aparece en todas las civilizaciones y desde siempre ha estado íntimamente asociada a la religión y la mitología. Los aztecas, por lo que sabemos, recitaban, cantaban y danzaban sus poemas. En muchos otros pueblos los poetas eran considerados videntes, adivinos o profetas, de hecho la palabra poeta deriva de la palabra profeta, el que predice, el que posee el don de la profecía. El que por algunas señales, conjetura y anuncia el fin de un ciclo y el advenimiento de otro. El que anuncia las catástrofes o el fin de ellas o el advenimiento de un nuevo orden universal. Según Octavio Paz, esta fue una creencia generalizada que tiene su explicación, ya que el poeta conocía el futuro porque conocía el pasado, su saber era un saber de los orígenes. La influencia de la poesía fue igualmente profunda en otras esferas, sobre todo en la relacionada a la vida íntima.

El erotismo, la amistad, el placer, la piedad, ante los dioses o ante el prójimo desdichado, la soledad, la melancolía, los reinos frágiles de la memoria. Los poetas nos ayudaron a conocer las pasiones y, así, a conocernos a nosotros mismos: la envidia, la sensualidad, la crueldad, la hipocresía y, en fin, todas las complejidades del alma humana.


La literatura es hija de la contradicción. Una cosa es la contradicción, y otra cosa es la coherencia con esa contradicción. Siempre he creído, que el compromiso del escritor es con su propia obra, devolver a la tribu lingüística a la que pertenece un lenguaje diferente del que existía al empezar su creación, agregar una rama al árbol de la literatura. No se trata de enunciar en poemas y novelas la buena nueva de la justicia revolucionaria que acabará con la desigualdad y la opresión; se trata de defender la libertad de la imaginación. La cuestión de la literatura es inseparable de la cuestión política porque la libertad de expresión literaria es un aspecto de la libertad de todos los ciudadanos, la lucha del escritor en contra de todo tipo de censura es parte de la lucha general por los derechos humanos, y esta libertad de que gozamos los escritores salvadoreños estará amenazada mientras la democracia no sea una realidad plenaria en los otros órdenes de la vida del país.


Como ser humano, vivo el drama que aún vive mi país, prisionero de la doctrina, según la cual sólo existe una verdad a la que deberíamos consagrar toda nuestra vida y un solo método para alcanzarla y un único cuerpo de expertos calificados para descubrirla e interpretarla, esa doctrina puede adoptar diversas formas: el estalinismo y el fascismo son sus más acabadas definiciones. La violencia, más que la paz sigue imperando en nuestro país, porque la paz es incompatible con la miseria y la desigualdad social. No existirá paz si carecemos de una verdadera cultura democrática. Una cultura que favorezca las manifestaciones de la mejores formas del talento creativo y el acceso a ellas del mayor número de personas capaces de disfrutarlas y valorarlas con un criterio soberano, no manipulado por sutiles o explícitas coacciones de la ideología, del comercio o la moda. Para ello todos los salvadoreños y salvadoreñas, necesitamos un periodismo claro, que no enturbie el agua para parecerla más profunda, un periodismo que nos haga un relato de cómo son las cosas, no como los magnates de la política o los amos del dinero quieren que sea, el lector aficionado, el artista en ciernes, necesita educar su criterio con informaciones rigurosas y críticas no corrompidas por el compañerismo o el capricho. Fortalecer prejuicios, navegar con la corriente, dar más al que ya lo tiene todo, disfrazar el conformismo de disidencia, la corruptela con la integridad, son vicios comunes en sociedades poco ventiladas: contra ellas no hay más antídoto que un ejercicio permanente del juicio personal alumbrado por un periodismo que ofrezca conocimiento y transmita observación serena, crítica, curiosidad y entusiasmo.


¿Qué le estamos diciendo a la juventud acerca de crear un mundo mejor? Que todo el medio ambiente o miedo ambiente como prefiero llamarlo, la economía, el desempleo, que todo es peor, que no hay esperanza. No proponemos un mundo mejor, en vez de eso les decimos que vamos hacia un mundo más oscuro.
Mientras haya miseria habrá violencia. Y mucho más violencia trae una modernidad divorciada de nuestras tradiciones. Por eso desde la época romántica, los poetas hemos desconfiado de la modernidad, porque hemos visto en ella la caja de Pandora de todos los males. El progreso es bienvenido cuando sirve a la vida, cuando salva a los seres humanos de las catástrofes naturales o las provocadas por la irracionalidad de los seres humanos, el progreso es bienvenido cuando ofrece a los más vulnerables recursos para salir de su miseria, el progreso es negativo cuando se construyen armas y trampas para la destrucción, o cuando en medio de la crisis económica, que siempre golpea a los más pobres, se alaba, a través de un sistemático bombardeo televisivo, las bondades del consumismo. El progreso es negativo cuando los poderosos ofrecen paraguas en verano para luego reclamarlos cuando comienza a llover. El Progreso se convierte en una peste cuando vuelve a los capitalistas mas voraces y crueles. El progreso es el infierno cuando en nombre de ese mismo progreso se abusan y violan las leyes de la naturaleza. La naturaleza puede vivir sin el hombre, no así el hombre sin la naturaleza, ha dicho un sabio japonés. La modernidad, al haber perdido su relación con la naturaleza y el espíritu se ha convertido en la filosofía de la muerte. El progreso es negativo, cuando el banquero huye con los ahorros de su clientela o cuando los representantes o dirigentes de la cosa pública, intoxicados de ideologías simplistas y simplificadoras, entorpecen las pocas salidas a la crisis económica y espiritual en que vive la gran mayoría de salvadoreños y salvadoreñas. Por desgracia esas salidas continúan, según mi intuición poética, con el muro de la megalomanía, la ambición desmesurada, la prepotencia o simplemente la maldad egoísta.


Nuestro país, necesita con urgencia ser reinventado. Las últimas elecciones, las primeras en que la oposición encabezada por el Presidente Mauricio Funes ganó las elecciones, demostraron a la comunidad internacional de que en nuestro país había triunfado la razón y la imaginación, de que dejábamos atrás la matonería y la machocracia, y que había nacido por fin de nuevo la esperanza, el optimismo: quiero seguir creyendo en ello, sin importar a mi lista de calificativos la de ingenuo, al fin y al cabo sin la ingenuidad, hermana gemela de la inocencia, la poesía y la utopía serían imposibles. Ingenuo fui cuando cayó el muro de Berlín, pues creí que con el muro caían además de las ideologías, los muros de concreto de la mente. Ingenuo fui cuando creí que tras los acuerdos de paz, dejábamos atrás un mundo de frustraciones, miserias y engaños. La realidad se encargó de quitarme las escamas de los ojos y la cera de los oídos. En todos estos años, hemos vivido un mundo de mentiras. Puedo sin temor a equivocarme que todo enunciado oficial no fue otra cosa que una mentira. Todos los informes y despachos de los altos funcionarios del gobierno fueron mentiras; por último, hasta la mayoría de expresiones patrióticas no fueron otra cosa que mentiras puras... Quiero seguir creyendo que la razón o la luz ocupan el lugar que un día ocuparon las tinieblas, y de que es posible lo imposible, vivir en un mundo sin el terror que engendra la miseria y la injusticia, en un mundo más humano.

El poeta, el escritor, es además de testigo y parte de su tiempo, el guardián de las palabras. Cuando las palabras pierden su sentido o su significado, debido a los usos desmesurados que de ella hacen la demagogia o el mercantilismo, la obligación del poeta, del escritor, es renovarlas, reinventarlas, devolverles su valor, ese valor, que por fortuna, nada tiene que ver con el dinero. La palabra es la más ligera de las cosas y lleva en sí todas las cosas. La acción es un lugar, un instante, la palabra es todos los lugares, todo el tiempo. La verdadera poesía no ha sido nunca ni será la claridad ni la evidencia, sino todo lo contrario, la que se adentra en la oscuridad del mundo.

Hace dos días que regresé de Vancouver, Canadá, al llegar a mi vieja casa de Quezaltepeque, era de noche, una tormenta tropical me dio la bienvenida. Luego que pasó caminé hacia el centro del patio, en donde tuve la suerte de descubrir entre las piedras, guiado por su croar a un pequeño sapo, sobre el cual antes de dormir escribí este pequeño poema, que espero les devuelva el risueño resplandor de la poesía.

EL SAPO

Refugiado entre las piedras / He descubierto un sapo, un ojo cerrado / El otro abierto, mirándome. / Es Dios lo sé. / Dios que me habla / Con un ojo abierto, el otro cerrado. / Cuando Dios habla a los humanos / No le gusta que escuchen su voz, / Tampoco que lo entiendan / Porque ese es un problema para quienes / Como yo, / Pretenden entenderlo todo sin entender nada.

Muchas gracias.