Quizás, quizás, quizás: Wong Kar-wai
Jurgen Ureña Arroyo
CRI
Suspendida en la cuerda floja entre el apreciar y el hacer, la producción del costarricense Jurgen Ureña comprende artículos sobre cine y una serie de curiosos cortometrajes, mitad documental, mitad ficción. Sus audiovisuales se han proyectado en los festivales cinematográficos de Cannes,
Wong Kar-wai supera ya los cincuenta años, aunque sus infaltables anteojos oscuros y su estudiada informalidad sugieren que roza apenas los treinta. Esta apariencia a prueba de prisa y de polvo –este look cool, dirían algunos– coincide con su vistosa filmografía, heredera de los lenguajes del videoclip y la publicidad. No es casual que sus elencos incluyan estrellas de la música pop oriental como Leslie Cheung o Faye Wang, y que su nombre aparezca publicado a menudo bajo las siglas WKW, a la manera mínima y efectiva de MTV o BMW.
Tras la sencillez de las siglas WKW surge la complejidad de la ciudad de Hong Kong, el colorido de los años sesenta y la cadencia del bolero latinoamericano. ¿Cómo confluye todo esto en la obra de un solo director? Wong Kar-wai responde conforme recuerda: “Cuando llegué a Hong Kong tenía cinco años, y lo primero que me impresionó fue la música y los sonidos de la ciudad. En los años sesenta, en los bares y night clubs, actuaban las bandas filipinas que introdujeron la música latina en Oriente. Me fascinaban los boleros; los encontraba divertidos”.
El cine según Wong Kar-wai es siempre recuerdo amoroso: de una melodía, de un instante, de una noche, de una película o incluso de un fotograma. El director confirma esta idea cuando habla de su particular proceso creativo: “Algunas veces, las situaciones, los personajes o las localizaciones me recuerdan algo. De repente me doy cuenta de que todo lo que elegí me lleva, por ejemplo, al cine de Antonioni”.
Jazz y nostalgia
Cuando las lágrimas pasen (1989), primera película dirigida por Wong Kar-wai, es una pieza refinada del cine gangsteril asiático. El intercambio de venganzas por parte de las bandas rivales, tal como dictan las leyes del género, y el propio ejercicio de escritura de un guión “normal”, representan, para el joven cineasta, una carga que abandona decididamente a partir de su segundo largometraje.
Con Días salvajes (1991), Wong Kar-wai desarrolla una serie de claves estilísticas que desde entonces caracterizan su filmografía: el delicado trazo fotográfico del australiano Christopher Doyle, la voz en off que confiere a las acciones una dimensión evasiva, los boleros cantados en castellano y la construcción de atmósferas sugerentes, por encima de la continuidad del relato.
Cenizas del tiempo (1994) es una costosa película de artes marciales que ha intercambiado las peleas acrobáticas por los laberintos cronológicos y emocionales. Es también la confirmación de la añoranza y el amor imposible como temas esenciales en el cine de Wong Kar-wai: “Mis personajes están terriblemente solos, pero quieren dejar de estarlo. Buscan desesperadamente algo; lo malo es que aquello que buscan ya ha pasado. Entonces surgen la nostalgia, la culpa y el dolor”, añade el cineasta.
Principio de incertidumbre
Chungking Express (1994) es un filme caprichoso, fresco e impredecible, que Wong Kar-wai rueda durante una pausa de dos semanas en el montaje de Cenizas del tiempo. El desprecio por los métodos establecidos alcanza sus notas más agudas en esta inspirada obra. Tras el rodaje de Ángeles caídos (1995), película de trámite y gimnasia narrativa, el cineasta busca en el planisferio las antípodas de la ciudad de Hong Kong y encuentra en Buenos Aires el escenario de su próxima hazaña.
Con Happy together (1997), Wong Kar-wai se acerca al universo homosexual y a los bajos fondos de la capital argentina. Además, sigue el rastro del escritor Manuel Puig, una de sus influencias más significativas: “Leí a Puig cuando estaba en el colegio, y me inspiró esa manera de contar las historias, ese algo indefinible que me gustaría transmitir con mi cine”, explica el director.
Deseando amar (2000) es otra vuelta de tuerca al tema de la añoranza y el deseo, tal vez la última posible: “Resultaría aburrida una película sobre un hombre y una mujer que se aman y se conocen en el momento preciso y son felices. ¿A quién le importa eso? Me interesa más saber qué les ocurre a estas personas que no se encuentran nunca”, concluye Wong Kar-wai.
2046, estrenada en el 2004, es un aporte coherente con ese gran lienzo que el cineasta ha pintado a lo largo de su carrera. Es también el número de habitación desde la que escribe el lacónico protagonista, y el año en que transcurre el relato literario que habita este modelo para armar que –para efectos prácticos– llamamos película. 2046 es la historia de un hombre que se engaña al creer que escribe sobre el futuro cuando en realidad escribe sobre su pasado; es un filme intimista que seduce mediante la simetría y el ritmo; es una película de ciencia ficción y una variante cinematográfica del bolero latinoamericano.
Los criterios tradicionales no funcionan demasiado bien ante este colorido y amplio trazado. Quizá convenga relajarse un poco y cambiar de postura dos o tres veces, como sugiere la voz resignada de Nat King Cole, en la película Deseando amar: “Siempre que te pregunto que ¿cuándo?, ¿cómo? y ¿dónde?, tú siempre me respondes: ‘Quizás, quizás, quizás’”.