IDEAS
Frantz Fanon
MAR, 1925 – USA, 1966
De “Los condenados de la tierra”
Frantz Fanon es uno de los intelectuales que con mayor precisión ha trabajado el tema de la colonización política, ideológica y cultural. Su presencia en
http://www.youtube.com/watch?v=VfUdOREnsDo
http://www.youtube.com/watch?v=-KNSipIY5cI
El racismo antirracista, la voluntad de defender la propia piel que caracteriza la respuesta del colonizado a la opresión colonial representan evidentemente razones suficientes para entregarse a la lucha. Pero no se sostiene una guerra, no se sufre una enorme represión, no se asiste a la desaparición de toda la familia para hacer triunfar el odio o el racismo. El racismo, el odio, el resentimiento, "el deseo legítimo de venganza" no pueden alimentar una guerra de liberación. Esos relámpagos en la conciencia que lanzan al cuerpo por caminos tumultuosos, que lo lanzan a un onirismo cuasipatológico donde el rostro del otro me invita al vértigo, donde mi sangre llama a la sangre del otro, esa gran pasión de las primeras horas se disloca si pretende nutriste de su propia sustancia. Es verdad que las interminables exacciones de las fuerzas colonialistas reintroducen los elementos emocionales en la lucha, dan al militante nuevos motivos de odio, nuevas razones de salir en busca del colono "para matarlo". Pero el dirigente comprende día tras día que el odio no podría constituir un programa. No se puede, sino por perversión, confiar en el adversario que evidentemente se las arregla siempre para multiplicar los crímenes, agrandar el "abismo", empujando así a la totalidad del pueblo del lado de la insurrección. En todo caso, el adversario, como lo hemos señalado, trata de ganarse la simpatía de ciertos grupos de la población, de determinadas regiones, de diversos jefes. En el curso de la lucha, se dan consignas a los colonos y a las fuerzas de policía. El comportamiento se matiza, "se humaniza". Se llegará inclusive a introducir en las relaciones entre colono y colonizado tratamientos tales como Señor o Señora. Se multiplicarán las cortesías, los cumplidos. Concretamente, el colonizado tiene la impresión de asistir a un cambio.
El colonizado que no sólo ha tomado las armas porque se moría de hambre y contemplaba la desintegración de su sociedad, sino también porque el colono lo consideraba como un animal, lo trataba como a un animal, se muestra muy sensible a esas medidas. El odio es desviado mediante esos hallazgos psicológicos. Los tecnólogos y los sociólogos iluminan las maniobras colonialistas y multiplican los estudios sobre los "complejos": complejo de frustración, complejo belicoso, complejo de "colonizabilidad". Se promueve al indígena, se intenta desarmarlo mediante la psicología y, naturalmente, con algunas monedas. Esas medidas miserables, esos revocos de fachada, sabiamente dosificados por otra parte, llegan a producir ciertos éxitos. El hambre del colonizado es tal, su hambre de cualquier cosa que lo humanice —aun limitadamente— es hasta tal punto incoercible, que esas limosnas consiguen hacerlo vacilar localmente. Su conciencia es de tal precariedad, de tal opacidad, que responde a la menor chispa. La gran sed de luz indiferenciada de los comienzos se ve amenazada constantemente por la mixtificación. Las exigencias violentas y globales que tendían al cielo se repliegan, se hacen modestas. El lobo impetuoso que quería devorarlo todo, que quería efectuar una auténtica revolución puede volverse, si la lucha dura, y efectivamente dura, en irreconocible. El colonizado corre el riesgo, constantemente, de dejarse desarmar por cualquier concesión.
Los dirigentes de la insurrección descubren con temor esa inestabilidad del colonizado. Desorientados primero, comprenden, por esta nueva desviación, la necesidad de explicar y de realizar el rescate radical de la conciencia. Porque la guerra dura, el enemigo se organiza, se fortalece, adivina la estrategia del colonizado. La lucha de liberación nacional no consiste en franquear un espacio de una sola pisada. La epopeya es cotidiana, difícil y los sufrimientos que se experimentan superan a todos los del periodo colonial. Abajo, en las ciudades, parece que los colonos han cambiado. Los nuestros son más felices. Se les respeta. Los días suceden a los días y lace falta que el colonizado entregado a la lucha y el pueblo que debe seguir brindándole su apoyo, no se quebranten. No deben imaginar que han alcanzado el fin. No deben imaginar, cuando sé les precisen los objetivos reales de la lucha, que eso no es posible. Una vez más, hay que explicar, es necesario que el pueblo sepa hacia dónde va, que sepa cómo llegar allá. La guerra no es una batalla sino una sucesión de combates locales, ninguno de los cuales es, en verdad, decisivo.