El muro de los lamentos – Gabriel Galeano, Honduras
Bitácora del párvulo: Dichoso el hombre que lleva por equipaje un perro
Blog de Fabricio Estrada
http://fabricioestrada.blogspot.com/2009/12/el-muro-de-los-lamentos-gabriel-galeano.html
La exposición se inauguró el día de ayer, jueves 10 de diciembre. Gabriel repartió pasamontañas entre el público asistente y todo el evento se convirtió en un performance perfectamente integrado. El lugar de la expo fue el MUA (Mujeres en las Artes, Tegucigalpa).
Visión bajo el pasamontañas
Las libélulas copulan en grupos concéntricos. Rotan y hacen vibrar los vidrios. La respiración, es como el viento que se cuela entre las ruinas.
Un muro ha ido creciendo con la tarde. Nuestra piel se ha vuelto un muro, nuestra piel desollada se extiende y demarca la tierra de nadie y su crepúsculo.
Nunca nacimos en este lugar y por lo tanto habrá que salir a buscarlo.
En las calles buscamos; nuestro éxodo tiene las piedras suficientes para que cada uno aporte varias columnas al templo, piedras para alzar el muro, piedras que reboten como ecos.
Otra mañana, y sobre el desierto, una estrella lacrimógena guía rojos magos vagabundos.
Todos los pesebres han sido saqueados y no hay lugar para esconderse. Los niños santos corren, familias enteras huyen de las nubes terribles, alguien corrió la voz y alcanzó el tiempo para despedidas y llantos.
Las libélulas bajan a probar el agua cristalina de nuestros ojos y los ojos se secan como un pozo al que han cegado con arena. Escupimos, sudamos copiosamente y de la arena volvemos a formar la piedra; es un puño, es un abultado capullo de tinta que al lanzarla refunda el alfabeto y tatúa lenguas puritanas.
¿Quién fue el primero en librarse del pecado? ¿Quién fue el que dijo ¡basta! y regresó para luchar toda la noche contra las sombras?
El muro apenas tiene grietas para incrustarle poemas. El poema es una cuña de madera que la lluvia hincha para separar el obelisco de la cantera. La grieta es un trazo, un río de grafito, un abismo que se traga oraciones y jaurías.
Vamos por la noche, pasamos las montañas. Los libros han desaparecido pero nos quedan las murallas, su áspero papiro, el interminable lienzo, el sudario que, abrigando al victimado, se impregnó de palabras… Cubro mi rostro, al igual que una bestia va y se esconde en lo más profundo de una caverna.
Paul Thek (Nueva York, 1933-1988)
La vida no imita al arte
Blog de Alfredo
http://lavidanoimitaalarte.blogspot.com/2009/07/paul-thek-nueva-york-1933-1988.html
http://www.ptproject.net/publ/introduction.php
“En aquellos años me sentí enjaulado, como un miembro inútil de la sociedad que se limitaba a producir objetos cada vez más extraños. Yo quería restituirle al arte la crudeza de la carne”
Figura clave para entender la evolución de la poética de las instalaciones, la obra de este artista se puede visitar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía hasta el próximo 20 de abril. Paul Thek es un artista que introduce cambios sustanciales en el formato de la obra de arte una vez que, en los años 60, empieza a estudiar y conocer la forma que tenían los medievales de construir sus catedrales o los antiguos egipcios sus pirámides.
Pirámides y catedrales. Dos tipos de construcciones que albergan un fuerte contenido simbólico, místico y religioso, aspectos que luego van a ser determinantes en la obra del neoyorquino, en la que no elude la relación entre lo religioso y lo profano, lo efímero, lo natural, lo que dio origen a sus Technological Reliquaries, planteadas como una protesta contra la guerra de Vietnam y contra la deshumanización del Minimal.
Un artista nacido en una familia de convicciones católicas algo que entrará en diálogo dificultoso con su condición de homosexual, aspecto que aparecerá, como no podía se de otra forma, reflejado en una obra que también tiene mucho de desarraigo y de búsqueda de una identidad de bordes difusos.
Por lo regular su lugar de residencia era la ciudad de los rascacielos, pero al mismo tiempo pasaba largas temporadas en Europa, en ciudades como Amsterdam, Roma, París, lo que acentúa en carácter cosmopolita de sus obras. Precisamente después de volver a su ciudad natal tras una de esas estancias en nuestro continente, empezará a trabajar en la serie que citaba más arriba, y que consiste en unas urnas de plexiglás en las que introduce trozos de carne, elaborados en cera, y de un poderoso realismo, que se fueron convirtiendo en extremidades.
Y es que en la obra de Thek conviven la muerte y el sufrimiento, pero, al mismo tiempo, dotada de una intensa poesía, de un humor que puede ser muy corrosivo, de una ironía que, cuando menos, sume en el desconcierto. En un artículo aparecido en prensa firmado por Marie-Claire Uberquoi, se dice: “La representación de la identidad humana, la muerte, la sexualidad y el conflicto entre el hombre y el progreso tecnológico son los temas principales que afloran en sus obras, dominadas por la ironía y el sarcasmo. Su trabajo que fue evolucionando de la pintura a la instalación y a la work in progress convirtió a Paul Thek en uno de los artistas pioneros de las nuevas actitudes frente al arte, con una postura cercana al grupo Fluxus.”
Durante su estancia en Amsterdam en el año 1969, Thek trabaja de forma conjunta con un grupo de amigos, con los que forma The Artist’s Co-op (La Cooperativa del Artista), con la que creará, un par de años más tarde, la obra Pyramid / A work in progress, que fue la primera instalación en la que todo el espacio en el que trabaja se ve afectado por la intervención del artista, y en la que aparecen algunos elementos fundamentales del corpus creativo de Thek, como es el paso del tiempo, simbolizado por unos periódicos; la metamorfosis y la muerte, de la mano de las alas de mariposa y la pirámide); y la resurrección, con la aparición de los bulbos, las plantas, los huevos.
A pesar de sus poderosas incursiones en otras técnicas, Thek nunca abandonará del todo la pintura, a través de la cual se cuestiona y también critica, las convenciones artísticas de un arte absorbido por la corriente institucionalizadota.
El mito
El árbol de Edith
Blog de Valeria Canales
http://edithoster.blogspot.com/2010/01/el-mito.html
A veces me confundo
y al mirar las cosas
permito que me hieran.
Creí que con mi sacrificio
todos nos salvaríamos,
que la narrativa era cuestión de épica,
que el amor para ser necesitaba
mártires.
Creí
desesperadamente creí en la inviolabilidad
del lenguaje.
Dejé que las cosas sean mis párpados,
quise hacerme párpados con todas las cosas vistas.
A veces hablo fuerte
para que mi voz se pierda
en el ruido del calentador
y éste sea mi bosque
(sólo un bosque retendrá el relato).
Muchas veces cuento una historia
y me dejo entorpecer por la estructura
de la fábula:
desespero de moraleja
porque sé que la realidad es su ausencia.
Los días se acomodan en el cuerpo
como palabras -el tiempo está pasando para que digamos mes o año- luego como movimientos y verbos.
Visité el monte de las lágrimas
para conjugarme en pasado perfecto
acto ya realizado
narración finalizada.
Me es más fácil levantarme con la fe
puesta en el argumento
así se me permite creer que el sacrificio fue necesario
para el movimiento.
Mi tradición oral empezó
el día que me devoraron el corazón
a partir de ahí delegué la experiencia a la lengua,
convertí mi historia en un mito
(no soportaba más los artificios
de otras vidas).
La estructura básica de la tragedia
para armar con los días una deriva,
una mezcla de géneros
para encontrarme nuevamente
en esta pequeña habitación vacía.
De mi antigua vida
queda una fotografía
con ella empezaré una biblia
o un álbum de retratos de muertos.
Lucian Freud: Reflejo
El lar de los conformes disconformes
Publicado por Diego Loaysa
http://el-lar.blogspot.com/2009/12/lucien-freud-reflejo.html
A los ancianos de hoy, de ayer y mañana
Ya decía el brujo Juan, internacionalmente famoso indio yaki, que si queríamos ser “Hombres de conocimiento” teníamos que vencer a cuatro enemigos… mortales enemigos. El primero es el miedo que nos confunde y nos hace perder la claridad. El segundo, una vez vencido el miedo con claridad, es la claridad misma. Ésta deviene en enemigo ya que, al igual que el miedo, enceguece; además de hacer perder la humildad. Una vez vencida la trampa de la claridad gracias a la convicción del misterio prístino de las cosas, se crea un despertar inconmensurable de la consciencia y aquello deriva en poder, mucho poder, abismo de abismos en el corazón de la humanidad, tercer enemigo. ¿No será suficiente vencer a semejantes dragones para ser un “Hombre de conocimiento” cuando la mayoría de entre nosotros ya hemos trastabillado para siempre tan sólo con el primero de entre ellos? No. Hay uno más, al que don Juan llama el “enemigo invencible”: la vejez.
Vejez: aquella etapa que nuestra sociedad de Shakiras y Cristianos Ronaldo nos quiere ocultar a todo precio, concebida no como una parte crucial del devenir espiritual del individuo y la sociedad, sino como una antesala monstruosa, inútil y espectral a la extinción del ego; etapa que es lo que es debido a que en ese entonces las fuerzas de la materia actúan de la manera más despiadada sobre el estar-en-el-mundo de cada uno: inercia, peso, gravedad, caos, fatiga. Asimismo, los recuerdos, las angustias y las culpas, como si fueran materia misma, colaboran al yugo de las vértebras y los pesares morales al temblor de las manos cansadas. El Héroe Luminoso de la cosmovisión yaki debe enfrentar semejante prueba para alcanzar la iluminación. Es la batalla más dura de la humanidad y al vencedor se le otorga el mayor de los premios: el conocimiento.
En este autorretrato, Lucien Freud, por un instante – que, paradójicamente, en el caso de la pintura al óleo se plasma durante siglos –, logra doblegar al invencible. Con esa osadía saenzeano-milleriana de algunos hombres del siglo pasado, el pintor yace desnudo ante el espejo, su mirada es abismal. Con una espátula como espada y una paleta como escudo, el guerrero desafía la muerte y el miedo de la muerte que no es sino el miedo a sí mismo. En él, el peso de la materia se ha hecho implacable; allí donde se acumula durante años la gravedad (cuello y genitales), la pintura es grumosa y espesa como pocas veces se ha visto. El trazo es tan preciso como monstruoso, caótico e intuitivo. Si la modernidad de la pintura es entendida desde la escuela de Londres como el arte de la materia y de la condición material de la existencia (quizás es su único denominador común), la vejez deviene en musa privilegiada. El cuerpo se hace símbolo de sí mismo y no de otra cosa (realidad o idealidad). El guerrero incansable mira la noche de su propio cuerpo, la noche de la carne; encerrado en un cuarto que, de manera cuasi fractal, reproduce la misma anatomía a escala arquitectónica y, por las tonalidades y los empastes, parece sugerir su propio olor a viejo, a guardado.
Quizás el brujo le llamaba invencible a este enemigo porque es ineludible, implacable y que, la única manera de superarlo es transfigurándolo, hacer que sea la vejez la que venza a la vejez misma, transformar su deformidad en belleza, su enfermedad en exceso de vida y su mirada en consciencia despojada, la de aquel que sabe que ha de morir y que la vida es un doloroso regalo, un triste milagro. Así, Freud, aprovechando de los poderes alquímicos de la pintura transfigura para vencer: acto de cierto cariz platónico que no es otra cosa que hacer que las cosas sean lo que realmente son, más allá de los prejuicios, los miedos, las dudas y los deseos.